Es bien conocida la anécdota que tiene a Freud por protagonista cuando le preguntan por su concepción de la salud –qué era para él una persona sana- y el responde con absoluta simplicidad: “una persona sana es alguien capaz de amar y trabajar”.
En el Día de la Salud Mental, y en el marco de los efectos que aún hoy se sienten como saldo de la marca que en el tejido social ha implicado la pandemia y sobre todo, el tratamiento que los Estados han hecho de la enfermedad y de los enfermos –en términos de aislamiento y tabú de contacto- vale repreguntarnos, ¿qué hay hoy de la salud mental en nuestra comunidad?
Si tomáramos los indicadores freudianos, amor y trabajo, como parámetros que nos permitan ponderar el nivel de disponibilidad libidinal que las personas tienen, probablemente nos alarmaríamos.
Los workaholic trabajan, nadie podría negarlo. Ahora, ¿podría en ese caso, la relación que estos tienen al trabajo, constituirse en un indicador exclusivo de salud mental? Antes bien, habría que preguntarse, ¿qué hay detrás de esa compulsión a la tarea laboral que no puede ser abandonada? ¿Cuál es el vacío en torno del cual se cierne y del cual nada se quiere saber?
Los App-lovers, amantes que circulan por las diversas redes sociales conociendo gente de lo más variada y disfrutando así de la dimensión sexual del encuentro entre los cuerpos prevenidos ante la posibilidad de la aparición del menor compromiso formal, ¿acaso aman por eso verdaderamente, o en términos reales a una persona o muy por el contrario, ese es el modo en que se aseguran que nunca nada ocurra en esos términos?
La cosa sería aún mucho más compleja si el workaholic fuera también un App-lover –cosa altamente probable-.
¿Qué función tiene esa relación tan masiva al trabajo o tan necesaria a las citas efímeras?
Entonces, ¿de qué orden sería esa relación al trabajo y al amor en la que habría estado pensando Freud que hoy nos permitiría seguir ponderando la sanidad mental de alguien? Sin lugar a dudas, la lógica freudiana siempre va de la mano de la circulación libidinal, la del deseo como causa que motoriza al sujeto en su búsqueda, pero nunca, se trata de una lógica adictiva, frenética, desenfrenada o caótica.
Así, como la inhibición para el amor o el trabajo nos harían prontamente diagnosticar “aquí algo pasa”… de igual modo, esa tendencia compulsiva, y en algunos casos, hasta impulsiva, que hace que las subjetividades contemporáneas no puedan dejar de aferrarse al trabajo o a amores que ni siquiera son tales, conduce a introducir una pregunta: ¿a qué lugar viene ese lazo? ¿qué función tiene esa relación tan masiva al trabajo o tan necesaria a las citas efímeras?
Hablar de salud mental nos conduce a pensar en estas cuestiones de la vida cotidiana. No estamos ni más sanos ni más enfermos porque tenemos más o menos síntomas. Estamos más o menos enfermos por el modo en que nos aferramos a las personas, a los espacios, a las instituciones que no nos hacen bien. La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿por qué las elegimos? De la respuesta que logremos darnos, de ahí lograremos extraer un poco más de salud mental y habremos ganado terreno a la neurosis.
Verónica Llull Casado es Dra. en Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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