Ante tanta anodina placa de yeso, ante tanto artefacto de luz blanca enviado por el enemigo, o peor aún, ante tanto led de color más apropiado para fiestas electrónicas que para fachadas de instituciones del interior de la provincia, una esquina como la del Banco Nación en la esquina de Av. San Martín y Mitre, se celebra.
La Arquitectura, como el arte, refleja el espíritu de una época.
A través de una obra arquitectónica se puede leer, analizar e interpretar el contexto histórico en el cuál esa obra fue concebida.
Nótese que hablo de “obra arquitectónica” y no de construcciones.
Todo edificio es obra construida pero no todo edificio es obra arquitectónica. Luis Barragán, maestro mexicano, dice que puede haber múltiples soluciones técnicas para un mismo problema constructivo, pero la más valida de entre ellas es la que ofrece al usuario un mensaje de belleza y emoción. Es una de las definiciones de Arquitectura que más me gustan.
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Al espíritu de esta época podríamos quizás abreviarlo en un filtro de Instagram.
Una pátina que vuelve todo insoportablemente parecido: rostros, vestimentas, casas, edificios, muebles, comidas y fiestas. Todo del mismo (y aburrido) color.
Entonces, cuando nos encontramos ante un edificio que ha podido sobrevivir el embate de “blanquitud” y pasteurización reinante, merece al menos unas palabras y siendo optimista, una valorización patrimonial por parte de la comunidad.
El carácter es una dimensión de la belleza, y la esquina del Banco Nación en Santa Rosa lo tiene, más allá de si a unos u a otros pueda parecerles más o menos “linda”.
El edificio es un exponente ejemplar de arquitectura brutalista y nos regala una clase sobre articulación de volúmenes arquitectónicos y diálogo con las prexistencias.
En criollo, el banco no es un único bloque, son varios: el banco en sí, las oficinas, el edificio de viviendas para los empleados, el volumen de circulaciones verticales, etc. Estos diferentes volúmenes, además de poder distinguirse a simple vista, están planteados en el lote de manera tal que armonizan, respetan y enriquecen el tejido urbano.
Tanto del lado lindero al Colegio María Auxiliadora, como del lado de sus vecinos de la calle Mitre, el edificio respeta las alturas prexistentes en ambas edificaciones. Del lado del Colegio, sobre la avenida, es la misma altura así como también se acopla a la altura del edificio de la Municipalidad de Santa Rosa, sin sobrepasarlo. A eso llamamos “diálogo con las prexistencias”. Es una lástima que el frente del volumen con ventanas cuadradas como cuadros urbanos haya sido pintado en otro color, no pudiendo leer la unidad del conjunto.
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Luego está el volumen del Banco propiamente dicho. Destacándose por su equilibrado trabajo plástico y formal (de formas) se implanta retirado de la esquina, y levemente elevado, ampliando la superficie de espacio público. Esto le sirve además para generar más perspectiva a lo que imagino fuera originalmente el pórtico de ingreso, hoy taponado por los cajeros automáticos. La propuesta es tan buena que aun anulando lo que fuese el acceso original, sigue funcionado sin problema.
Me encanta el volumen vertical que aloja las viviendas para los empleados del banco. El juego de volúmenes, la combinación de revestimientos, las buñas entre un piso y otro, que esté retirado del frente y a la vez “despegado” del volumen del Banco le otorga una liviandad y una sutileza muy difícil de encontrar en los edificios que vemos irrumpir últimamente en el centro santarroseño.
El interior del Banco, un capítulo aparte
El interior del Banco merece un capítulo aparte, es de lo más fantástico que hay para mí en la ciudad.
Es nuestra versión pampeana del porteño ex Banco de Londres, hoy Banco Hipotecario, la celebérrima obra del amigo de la ciudad, Clorindo Testa o la escenografía perfecta para filmar una remake de Blade Runner en el Cono Sur.
Todo el interior es extraordinario: las lucarnas en el techo orientadas a diversos puntos cardinales para captar luz cenital natural, las formas del casetonado de hormigón (el casetonado es una resolución constructiva de hormigón armado para techos de grandes luces, suele tener forma de grilla cuadricular, pero la forma de este casetonado es particular) la preciosa doble altura del espacio donde uno espera con su número a ser llamado, el piso de granito negro con pintitas rojas que no vi antes en ningún otro lugar, y puedo seguir enumerando emocionada.
El espacio de espera se ve luminoso aun en invierno y se convierte en fresco refugio durante el impiadoso verano.
Sé que tenemos en Guatraché, un hermano menor de este exponente de arquitectura moderna pampeana. No he tenido todavía el placer de visitarlo.
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Así como uno puede afinar su oído a la escucha musical, o abrirse al universo de los sabores, mi amiga Belén denominó la sensibilidad arquitectónica como “ampliar el paladar espacial”.
No da lo mismo un lugar que otro, no da lo mismo un porcellanato chino que un granito local, no da lo mismo una implantación arquitectónica que puede leer el entorno a otra que no lo hace, no da lo mismo la vivencia de un espacio de calidad a solo limitarse a responder a un tema funcional o a un criterio estético impuesto por redes sociales.
Ojalá que la belleza compositiva y el carácter del muro interior de ladrillo del Banco Nación de Santa Rosa no sean jamás silenciados por anónimas placas de durlock.
*No se mencionan proyectistas ni constructores de la obra porque no pude encontrar su rastro. Se agradece cualquier aporte de información para esta nota.
Arq. Ana Pessio. Arquitecta UBA. Paisajista. holaabracasa@gmail.com
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