Mario, puedo afirmar que sos mi primer maestro. Como Exalumno de Don Bosco, al pasar bajo el umbral del Instituto Domingo Savio recuerdo, y te cuento, que en quinto grado, allá por el año 1985, allí estabas esperándonos.
Cada lunes de aquel ciclo lectivo nos pedías que redactemos una composición, generalmente tema libre. La escribíamos en clase, y al otro día nos la devolvías, ya corregida. Lograbas así, sin darnos cuenta, conocernos. ¡Qué maravilloso maestro!
Tu voz sonora y firme, para nosotros por primera vez de un maestro varón, presagiaba un año distinto, bastante distinto, con una perla divina: el 28 de octubre teníamos nuestro Encuentro con Jesús Eucaristía en nuestra Primera Comunión, nada menos.
Ahora comprendo, justo estabas allí al comienzo de aquel año que marcó mi vida, y verás cómo. Mi Huella Mnémica habla con tus detalles. Se puso bravo al principio, los últimos minutos de cada jornada, nos dictabas quince palabras difíciles, que corregíamos al día siguiente -En aquellos tiempos no existía Google ni Internet-.
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La firmeza de tu voz, escoltada por tu semblante concentrado, nos sorprendió una tarde cuando nos enseñaste que para aprender bien a separar en sílabas, podíamos golpear nuestros pupitres y así respetar los diptongos. Te cuento Mario, ¡no sabes cuánto nos gustaba golpear los bancos! Era un hermoso permiso.
Otra tarde, apareciste con un pizarrón cuadriculado, para enseñarnos a hacer guardas. Hoy espejos de orden y paciencia, valores y pilares en mi familia. Si hasta mis hijos pintan con acuarelas los cuadritos de la vereda de nuestro hogar.
Apuesto que pocos olvidan cuando todos juntos leímos el libro Shunko -de Jorge W Ábalos-, la historia de aquel maestro rural que al aire libre expulsaba tanta vida. Supe también que no era imposible contar hasta 1000, en un campamento en Villa Don Bosco, nos portamos mal y junto al fogón vigilabas esa prenda.
Y cuando visitaste a mi mamá, sabiendo que mi primer adolescencia me costaba un poco, le aconsejaste: «Mamá: llévelo al parque, que tome aire, que se distraiga». Qué fenómeno.
Otra vez, la vergüenza me duró un poco, cuando levanté la mano en clase y dije «Mami» en vez de «Maestro». Hubo risas y enseguida la clase tomó orden y atención. Se ve que me resultaba familiar.
Me parece verte, en el patio del colegio, con todo el tiempo del mundo, tu mano sobre el mentón, oyendo y procesando nuestras «historias y pavadas», típicas de esa edad tan difícil. ¿Nosotros? Nos reíamos, y vos serio recibías los embates de nuestra impronta, tal vez buscando nortes de vida. Gracias por eso. Y perdón también por eso.
Inolvidable cuando cantabas en misa. Te ubicabas en el último banco, y con tu vozarrón nos contagiabas a todos. «Cantar es rezar dos veces», nos decías.
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Querido Maestro Mario, nos enseñaste con tu amor que éste tránsito de vida es para la entrega al prójimo con principios y con valores.
Gracias, gracias y gracias. Sólo te perdimos de vista. Estás vivo para siempre en nuestro corazón, sembrado con semillas de tu eterna docencia. Con mucho afecto. Julio.
Julio César Zorzi. Exalumno Domingo Savio, promoción 1993. Padre de familia, 2 hijos. Creador de la obra solidaria Reconocer.