Me pregunto si es más fácil utilizar un audio, un mensaje o un simple emoji para expresar lo que pensamos. Me pregunto también qué perdemos cuando dejamos de lado el “encontrarnos”.
El encuentro tiene ciertas particularidades: nos convoca a poder mirarnos, a estar presentes con nuestra mente, alma y corporeidad.
¿Cómo se sienten luego de un encuentro virtual? ¿Es comparable con verse en una casa, en un café o en un bar? La tecnología hoy nos permitió vincularnos durante la pandemia y le debemos mucho. Sin embargo, el relato de pacientes, amigos y el propio va de la mano de grandes satisfacciones asociadas al encuentro personal: sensación de relajo, de disfrute y de plenitud.
Me inquieta pensar que la compañía previa al descanso sea el celular, responder un mail pendiente o contestar un WhatsApp. Sin darnos cuenta, regalamos en esas acciones nuestro último tiempo del día.
¿Sería diferente si conversamos con nuestra pareja? ¿Con nosotros mismos? ¿Nos tomamos un tiempo para leer, meditar, elongar y darnos un mejor descanso?
Nativos digitales
Es importante educar a nuestros hijos en las formas virtuales de vincularse. No es lo mismo insultar en la computadora -sin ver la cara y la reacción del otro- que en la cancha, donde las consecuencias estarán a la vista. Pareciera que al cerrar los dispositivos, todas las palabras pronunciadas se esfuman.
Nuestros chicos son nativos digitales. Guiarlos en este camino, es fundamental: habilitar espacios de diálogo, inculcar la empatía, aunque sea a través de una pantalla. Escuchando porque no permiten “entrar” a tal amiga al Zoom, o por qué será que “clavas el visto”. Estas modalidades virtuales son los nuevos ejes de vinculación.
El “visto” cuando se juegan emociones, puede indicar incomodidad, un no saber qué responder. Cara a cara, podría ser reemplazado por un largo silencio. En la vía virtual se “freezan” oportunidades, y muchas veces no se aprende a jugársela.
Aquí llega nuestro gran desafío. ¿Cuántos de nosotros tenemos que obligarnos a dejar el celular para conversar con nuestros hijos? ¿Cuántos estamos preocupados por el tiempo que pasan en las pantallas? ¿Y cuántos interrumpimos el encuentro para chequear un nuevo “pip”? No se puede esperar lo que no se brinda…
Está comprobado que la sensación de placer que puede generar recibir un mensaje y más “me gusta” en las redes es adictiva.
Tenemos la posibilidad de vincularnos y muchas veces elegimos la virtualidad. Nos perdernos en el mundo de lo inmediato y nos desacostumbramos a los tiempos del otro, a comprometernos.
¿Cuántas veces jugamos con nuestros hijos y el celular rompe el encanto? Y ellos comprenden que no estamos disponibles porque “ese aparato” ganó.
Algunos lo expresarán con enojo y exigirán su presencia. Otros se angustiarán y otros lo naturalizan. Esos chicos de adolescentes, cuando conversen con sus padres, posiblemente bajarán su vista para chequear el celular.
¿Alguna vez se preguntaron qué cara pone su hijo/a al hacer gol, o cuando su autito no gana la carrera? ¿O cómo es su sonrisa cuando propone un “dale que jugamos a….” y la respuesta es un “sí”? Estas palabras lejos están de cuestionar los caminos que cada uno pueda y elija transitar. No resulta fácil. Se trata de una invitación a animarse, a preguntarse, a reflexionar. La vida nos da diferentes llaves y cada uno decide qué puertas abrir. Si hay algo que podemos en estos contextos de adversidad, son las posibilidades infinitas de reinventarnos y continuar.