El 24 de marzo Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, es sin duda una de las fechas más importantes para todo aquel ciudadano argentino que adhiere a los principios de la democracia, la república y el estado de derecho. Creo que en este amplio grupo de ciudadanos sería difícil encontrar quien pueda no estar de acuerdo en rendir homenaje a todas las víctimas de la última dictadura cívico-militar.
Pero dicha fecha presenta un error original, en su génesis misma, y es que nunca se contextualizó adecuadamente el objeto central de esta conmemoración, tan importante para estos tiempos de grieta política.
Es que la contextualización de los hechos históricos para las Ciencias Sociales es de vital importancia para poder entender cabalmente los sucesos a través de la idea de proceso, por lo que contar hechos históricos aislados y sesgados de ideología política, no ayuda absolutamente para nada a interpretar fehacientemente el desarrollo de dichos procesos histórico.
Es decir las 52 víctimas fatales en la Tragedia de Once sin contextualizar lo ocurrido con todo el sistema de corrupción históricamente reinante en la obra pública, con las políticas de sobreprecios y de grises entramados de subsidios que nunca terminan volcados a mejorar la infraestructura en cuestión, tranquilamente se podría tomar como un accidente más, cuando en realidad fue un siniestro claramente previsible.
Como es sabido los grupos guerrilleros de izquierda (ERP y Montoneros, entre otros) durante aquella infame década del 70´ habían tratado de imponer en el país un régimen político a semejanza del que había resultado de la resonante Revolución Cubana, sin medir para ello el uso de la fuerza y la criminalidad a su máxima expresión, así como lo demuestran estudios recientes donde se habla de más de 20.000 atentados subversivos y miles de víctimas fatales -entre ellas muchos civiles y conscriptos bajo el viejo régimen del Servicio Militar Obligatorio-.
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Con el advenimiento de la democracia y la resonante figura de Raul Alfonsín, se enjuicio a los responsables de los delitos cometidos por las Fuerzas Armadas en su conjunto, mientras que los responsables de los grupos guerrilleros si bien fueron enjuiciados, finalmente lograron su liberación mediante distintos artilugios legales.
El problema de esos hechos es que chocan con el principio básico del valor de la vida, es decir, en realidad, tiene el mismo valor la vida de un conscripto que se entregó plenamente en cumplimiento de su deber, que la del terrorista que ante la imposibilidad de imponer sus ideas mediante la pluma, decide hacerlo a través de las armas. O acaso el valor de la vida de un ciudadano, ¿depende de la ideología que profese, y del gobierno de turno?
En las últimas 2 décadas algunos gobiernos supieron nutrirse de la más rancia izquierda setentista, y disfrazados de un falaz progresismo sólo han logrado llevarnos a un estado populista, paternalista y garantista, que de la mano de la prostitución de la loable causa de los derechos humanos no han sabido más que desmantelar al país de toda Fuerza Armada, mientras generaciones completas han perdido la dignidad laboral a manos de un falso asistencialismo que los impulsa muchas veces a delinquir bajo el efecto de las drogas y el paraguas del actual garantismo judicial reinante, mientras que numerosas empresas deciden abandonar el país por causales económicas anacrónicas para la mayoría de los países de nuestra región.
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Las consecuencias de estas políticas están a la vista, con una Patagonia tomada por grupos terroristas que huyendo del gobierno de izquierda de Gabriel Boric encuentran en nuestro territorio una cálida indiferencia, o la frontera norte absolutamente permeable al narcotráfico, quienes finalmente han terminado diagramando su epicentro de acción en la ciudad de Rosario, y ni hablar del amplio Mar Argentino que continúa siendo depredado por potencias amigas al gobierno actual (la mayoría de ellos con regímenes dictatoriales).
Todo esto producto de una política basada en el rencor y el desprecio al ámbito castrense, como si se pudiera organizar un Estado moderno, fuerte y con total soberanía sobre un territorio tan amplio sin contar con Fuerzas Armadas al servicio de objetivos democráticos, tal cual lo demuestra Brasil, tan solo por mirar nuestra región.
Como resultado de la situación socioecónomica actual, buena parte de la población comienza a ver con buenos ojos las propuestas de la derecha extrema, tal cual muestran las encuestas por estos días. Más halla de que puedan gustarnos o no, solo hacen que nos movamos de un extremo a otro, sin hallar nunca el equilibrio que si han encontrado nuestros vecinos, muchos de ellos mediante una izquierda renovada, contextualizada a las actuales reglas de la globalización, y donde realmente podemos hablar de un progresismo que causa sana envidia entre los que adherimos a estas corrientes del pensamiento político.
Por último el objetivo central de esta nota no es marcar un posicionamiento sobre la conocida teoría de los dos demonios, sino simplemente afirmar que es imposible cerrar la actual brecha sin redefinir el objetivo central de esta importante fecha histórica, tratando de lograr que las dos partes involucradas en una de las más triste etapa de nuestra historia nacional, sean capaces de reconocer sus errores y poder exculpar a la otra parte, con todo el dolor que eso conlleva.
Por la memoria de todos aquellos que brindaron sus vidas por una Patria mejor, y fundamentalmente en beneficio de las futuras generaciones.
José Daniel Fornerón. Docente de Geografía en General Pico. josedanielforneron@hotmail.com