Según el último reporte de la OMS luego de la pandemia hay un 25% más de personas afectadas con síntomas de depresión. ¿Qué nos dejó el Covid-19 como saldo? Aparte de la enseñanza sobre la virtualidad, sobre las reuniones por zoom y la maravillosa creencia de que podemos funcionar igual sin la presencial real del cuerpo -sólo a través de imágenes-
Evidentemente, el virus trajo consigo algo más. Un efecto inexorable de pérdida, una intramitable sensación de menoscabo que pareciera afectar la vida de la población mundial y que conduce a los expertos a hablar de depresión. ¿Será que ahora estamos más tristes?
Si tuviera que recordar cómo era la vida antes de la pandemia, seguramente recordaríamos un sinfín de actividades que ahora consideramos innecesarias (incluyendo trámites propios de la burocracia) que antes parecían inevitables.
La virtualidad, ¿habrá impactado en nuestra capacidad de goce, en nuestra relación con el placer, en nuestra forma de disfrute?
Pero más allá de este saldo a favor –de la indudablemente mejora en el modo de funcionamiento de la administración y los sistemas de gestión ya sea en el ámbito público como privado que pudo haber traído consigo la pandemia- lo cierto es que antes sin dudas nos reuníamos más. Más y mejor. Nos encontrábamos con amigos, nos saludábamos con un beso en el trabajo, nos abrazábamos con compañeros que no veíamos hacía tiempo, y cualquier reencuentro era ocasión para expresar afecto de modo corporal, tangible, al modo latino que nos caracteriza.
Ahora, nos hemos vuelto quirúrgicamente asépticos. ¿Será que tanta prevención nos mejora realmente? ¿Habremos perdido algo más allá de los seres queridos que nos dejaron durante estos años y que, en algunos casos, ni siquiera pudimos despedir?
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Sin lugar a dudas, gran parte del impacto en la suba de las consultas psicológicas tenga que ver con los estragos de las pérdidas físicas, materiales, afectivas, que pudo haber traído consigo el bicho. Sin embargo, la pregunta que cabe introducir es, el cambio en nuestra modalidad de lazo, la tan bienvenida y eficazmente productiva virtualidad, ¿habrá impactado en nuestra capacidad de goce, en nuestra relación con el placer, en nuestra forma de disfrute?
¿Será que ahora estamos más tristes?
O acaso la pandemia habrá venido a reforzar una tendencia de la época contemporánea: la depresión como síntoma de las masas al líder que ya no tienen, que no encuentran, que tal vez no existe, que quizás ahora descubren que nunca existió…
La depresión es el trastorno más elocuente de la posmodernidad y su característica más distintiva: la liquidez. El amor líquido, los afectos vagos, los lazos efímeros, las autoridades inconsistentes, los anhelos insostenibles, los deseos hiper-realizables, los goces exigidos. Detrás de todo eso, ya no pareciera haber felicidad posible.
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¿Será que el Covid nos trajo la tristeza? ¿O será en cambio que ya veníamos complicados y el bicho nos terminó de mostrar qué hay detrás del velo de nuestras creencias latinas?
Tal vez la pandemia sólo corrió la máscara que recubría el vacío, y entonces, la depresión.
Verónica Llull Casado es Dra. en Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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