No es no” reza la consigna feminista con la que el movimiento Me too ha dado la vuelta al mundo reivindicando la bandera del respeto al otro. Si una mujer dice que no, el hombre debe entender que es no, aun cuando quiera atribuirle todas sus significaciones machistas por las cuales interpretar un deseo reprimido o vaya uno a saber qué otra cosa –todo con tal de no asumir que simplemente no quiere, ¡no quiere! ¡No!
Ahora, esto que vale para ellas, para nosotras, para las mujeres alrededor de todo el mundo, y respecto de lo cual es necesario educar a los hombres de todas las edades, de todas las latitudes, de todas los estratos sociales… Esto también vale para otras escenas.
Pongamos por caso una escena lúdica en una plaza. Niños jugando. Varios niños jugando. Uno de ellos avanza sobre otro. Toma su juguete -digamos que “prestado”. Pero atención, el otro, el dueño, el propietario del juguete, o no habría sido notificado del préstamo o no estaría prestando su conformidad. Se lo ve protestar.
Berrea, gruñe, grita. Finalmente, llora. Vemos entonces a uno de los padres (generalmente, el padre del damnificado), haciendo gala de su más desarrollado progresismo diciendo “Fulanito hay que prestar, en la plaza las cosas se comparten, tenés que aprender a compartir”.
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La pregunta sería: ¿y si en vez de apostar solamente a que el pobre Fulanito resigne su deseo de propiedad privada no invertimos un poco de nuestro tiempo en educar también en el paradigma del consentimiento? ¿Por qué no hablamos con Menganito (el sustractor, el que arrebató el juguete al otro niño) y le explicamos que si el otro no quiere entonces ahí también aplica el ¡no!?
Instituir un mecanismo de respeto por la voluntad ajena y tolerancia hacia la diferencia. Si el otro no quiere, entonces nó.
Por supuesto que si Menganito es un niño deambulador –alrededor de los dos años- está muy lejos de poder entender algo de nuestros principios. Sin embargo, enunciarlos es ya una forma de instituirlos como un orden de legalidad vigente.
Enseñar a nuestros hijos a identificar los signos del “no” en el otro es una forma de transmitir la lógica del consentimiento como forma de instituir un mecanismo de respeto por la voluntad ajena y tolerancia hacia la diferencia. Si el otro no quiere entonces no.
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Enseñar a nuestros hijos a reconocer esos signos que en el otro hacen palpables su “no ha lugar” puede conducirnos a una nueva forma de crianza. Educar en el paradigma del consentimiento tal vez nos permita formar niños y niñas más respetuosos del otro y su singularidad, menos violentos y por qué no, menos agresivos.
Tal vez como padres tengamos que animarnos a pensar con estas nuevas categorías extraídas del campo jurídico, pero que bien valen para la vida cotidiana. Consentir implica desde el vamos la lógica de la empatía. Y empatizar con el otro implica poder hacer propio su padecimiento.
Si logramos que un niño o niña pueda identificar esos signos que en el otro darían cuenta de su “no” estaríamos dando un gran paso, estaríamos criando en el marco de un nuevo paradigma: el paradigma del consentimiento. Porque ¡no es no!
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Verónica Llull Casado es Dra. en Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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