En contexto deportivo hablamos de la existencia de una “triada deportiva”: el deportista, el entrenador y la familia. Para que haya un desarrollo deportivo saludable estos tres componentes deben coincidir en cuanto a objetivos, configurando un clima óptimo para el crecimiento y el aprendizaje. El rol del entrenador, adquiere entonces un gran protagonismo y es de quien nos ocuparemos en el presente artículo.
Hace varios años, cuando daba mis primeros pasos como psicóloga del deporte tuve la oportunidad de trabajar con un jugador de rugby en etapa juvenil. Un día conversando sobre cómo se veía a sí mismo, me cuenta sobre una frase que le había dicho un entrenador cuando él era más chico y que él, en ese momento, con 18 años , recordaba como si hubiera quedado marcada a fuego en su mente. La frase decía: “vos sos como un Scania, con motor de fitito”.
Más allá del trabajo psicológico que realizamos en relación a la autoestima y la autoconfianza con ese deportista, me quedó resonando el impacto que tienen las palabras en la configuración de la personalidad de deportistas jóvenes.
Es indiscutible el poder limitante que tienen los juicios previos de los entrenadores en el desempeño de sus dirigidos. Mucho tiempo después, palabras con un gran poder de influencia dichas por alguien que ocupa un rol de liderazgo en un equipo, como lo es el entrenador, seguían teniendo un impacto enorme en el jugador, al punto de influir en su autopercepción y en su autoconfianza.
El entrenador en su labor diaria, va construyendo creencias acerca de sus deportistas, de lo que pueden o no pueden hacer, de sus capacidades, de sus fortalezas y debilidades, etc. Si bien estas creencias le sirven para “hacerse una idea del deportista”, muchas veces terminan convirtiéndose en una verdadera sentencia que limita la relación y condiciona la interacción y el mutuo entendimiento.
Las etiquetas enmarcan al deportista y lo limitan. Ante los ojos de un entrenador que no logra ver más allá de sus propias conclusiones, cualquier intento del deportista de salirse de esa etiqueta va directo al fracaso.
Debido a esto, resulta de gran importancia, brindar a los entrenadores herramientas de comunicación positivas, que lejos de circunscribir al deportista y esperar de él respuestas que reconfirmen el estereotipo, lo impulsen a dar lo mejor de sí mismo con autonomía y libertad.
Quizás la mayor complejidad en esta labor resida en que estos prejuicios, en su gran mayoría, son inconscientes y operan en un terreno al que no tenemos fácil acceso.
Por ello, una de las estrategias que utilizamos en el trabajo con los entrenadores es la capacidad de reflexionar y autoevaluar su estilo comunicacional. Nos centramos en la toma de conciencia de estas creencias y la identificación de los comportamientos que se generan a partir de ellas.
Que el entrenador logre hacer conscientes no sólo sus pensamientos sino también las palabras que utiliza, el tono de voz, la gestualidad, la postura corporal, etc. resulta fundamental.
Otro ejemplo del poder que tienen las palabras es el de una deportista a la cual su preparador físico le dice lo siguiente: “existen fibras lentas y fibras rápidas que se traen de nacimiento, vos tenés fibras lentas asi que la velocidad de reacción no es lo tuyo”. La atleta se apropió de esa especie de “sentencia” y redujo a cero todos sus intentos por mejorar en los entrenamientos su velocidad.
Hoy sabemos, gracias a la epigenética, que el entorno donde el ser humano se desarrolla puede contribuir y/o modificar la expresión genética. Quizás efectivamente la información que aportaban los genes de esta atleta arrojaba cierta debilidad en cuanto a la velocidad de respuesta pero sin dudas que las palabras de su preparador físico reforzaron esta condición transformándose en una limitante para su desarrollo deportivo.
Una de los aspectos importantes en el trabajo psicológico con entrenadores consiste en brindar herramientas que promuevan la toma de conciencia del impacto que tienen las palabras (¡y los silencios también!) en sus dirigidos.
Mediante la observación, la reflexión y la psicoeducación se pueden promover cambios positivos en la interrelación que existe entre los miembros de esta tríada deportiva. Asimismo se trabaja en el aprendizaje de un estilo comunicacional que promueva el establecimiento de un clima motivacional de logro, centrado en la autonomía, la competitividad y el disfrute. Se ejercita la utilización de refuerzos, la realización de correcciones en forma positiva, la escucha activa y la comunicación consciente.
Dotar a los entrenadores de herramientas que les permitan comunicar de manera positiva y constructiva es sin dudas una labor que debemos atender con urgencia si queremos cuidar el sano crecimiento deportivo de niños, niñas y jóvenes y adaptarnos a las necesidades que plantea el contexto sociocultural actual.
Como dijo Buda «Las palabras tienen el poder de destruir y sanar. Cuando las palabras son buenas y sinceras tienen el poder de cambiar al mundo.»
Lic. María de los Ángeles Corró Molas, Mg. En Psicología del Deporte. Por consultas para acompañamiento comunicarse por Instagram a @tutoríaspsidep o por teléfono 02954 221691
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