El uso que hacemos de los celulares como de las pantallas en general (tablets, tv, computadoras y otros dispositivos electrónicos) pone muchas veces en cuestión el lazo que establecemos con las personas que nos rodean. Vale decir, ¿cuántas veces miramos a nuestros hijos a los ojos?
Esto es, cuántas veces los miramos sin mirar mientras tanto el celular o revisar el último mail que ingresó en la notebook? Miramos muchas veces a través de las pantallas… La pregunta que se impone es: ¿Los miramos a ellos realmente entonces?
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Un indicador del lugar que ocupan estos objetos tecnológicos en nuestros tiempos lo constituyen sin dudas los dibujos de los niños. Las pruebas periciales en el fuero de familia ya empiezan a dar cuenta de esto: Familia Kinética arroja sus resultados irrefutables, el celular forma parte de la dinámica cotidiana de los grupos parento-filiales.
Sin lugar a dudas, Los Simpson fueron pioneros en el arte de mostrar cómo la TV convocaba a la familia norteamericana y no se equivocaron: occidental, en general. Hoy, los niños y niñas nos muestran que los adultos vamos por más: ya no alcanza con la TV, ahora existen nuevos dispositivos electrónicos para capturar nuestra atención y convocar nuestra mirada y desviarla de ellos. Ahora estamos pendientes del celular y otras pantallas que intermedian nuestra comunicación familiar.
¿Qué nos dicen los niños sobre esto?
“Basta mamá!”-dice mi hijo de apenas dos años y ocho meses cuando a dos minutos de pasarlo a buscar por el jardín -en el que lo dejé a las 9 am y lo retiro a las 16:30 pm- ya me encuentra respondiendo un mensaje de audio. Y tiene razón. Le hablo a un objeto. No le hablo a él. Miro una pantalla, no lo miro a él.
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La pregunta es: algunos de los actings más extremos en los que incurren hoy los niños y adolescentes de todas las latitudes, ¿no estarán poniendo sobre alarma acerca de esta cuestión? Hace falta volver a localizar la mirada en los más pequeños y volver a enfocar nuestro decir sobre ellos.
Que el tiempo que pasamos con ellos sea tiempo de calidad implica entre otras cosas que podamos decir basta al uso indiscriminado e irracional de los dispositivos electrónicos, como si fuéramos en un avión. Regular el uso de estos aparatos, seguramente redundará en beneficio del lazo con los demás, y sobre todo, en la calidad libidinal de nuestros vínculos.
Verónica Llull Casado es Dra. en Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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