Puede asegurarse que algunas artes circenses ya se practicaban 3.000 años atrás en China, Grecia, India y Egipto. El Circo es el espectáculo más viejo del mundo en distintas formas y desde entonces había malabaristas contorsionistas y equilibristas, para delicia de chicos y grandes.
El 1er. Circo Moderno fue inaugurado en Londres el 9 de enero de 1.768 -253 años atrás- y se lo considera como uno de los espectáculos que representan la cultura humana. En Egipto hay antecedentes del 2.500 a.C.
Para nosotros la referencia más cercana viene de la Antigua Roma, dónde fabricaban inmensos edificios redondos con gradas como el mismo Coliseo, dónde combatían para regocijo del César, formidables gladiadores contra hombres y bestias.
El Circo más famoso de entonces se llamó Circus Maximo que funcionó por más de 1.000 años y pelearon los más grandes Gladiadores. La famosa frase Pan y circo, tan de moda siempre en el mundo, fue inspiración del Poeta Juvenal, quién criticaba mucho las costumbres de los Emperadores Romanos, de obsequiar trigo y espectáculos, para evitar que el pueblo se metiera en la política.
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El Circo Criollo surge en Argentina entre los años 1.840 y 1.866 en los alrededores de Buenos Aires, dónde también se difundieron bailes y danzas gauchescas… Santa Rosa y el resto de las poblaciones Pampeanas también disfrutaron en todos los tiempos del maravilloso mundo del Circo, especialmente los niños que asistían a un espectáculo apasionante para ellos.
Esas marchitas tan características que ejecutaban las orquestas, equilibristas, malabaristas, contorsionistas y traga sables, completaban con los domadores de leones y otros animalitos, las Águilas Voladores y la Vuelta al mundo, donde se encerraban 2 o’ 3 motociclistas y jamás chocaron.
En la mayoría de los países -incluso Argentina- la exhibición de animales fue abolida en protección a esos seres que vivían enjaulados. A esta altura debo aclarar que siendo niño junto a mis amigos del barrio, no me perdía función de cuánto circo llegó a nuestra «cancha de fútbol reglamentaria» de Juan B.Justo entre González y Villegas. Es que les acarreabamos agua a esa pobre gente, que por entonces vivía en carpas con un sol de 44° en verano y 10-12 bajo cero en invierno.
Lo cierto es que recuerdo con claridad un espectáculo dantesco que se repetiría en cada pueblo donde iba este circo a fin de la década del 50´. Traían un oso boxeador al que le ponían guantines de goma en las garras y un bozal en el hocico y lo mandaban a guantear con algún vecino corpulento y querido por la gente del lugar.
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Castillo y el Oso
Aquí aceptó un muchacho muy humilde, callado, de más de 1.90 mts y 120 kilos de peso que se ganaba la vida acarreando bolsas en la cosecha, haciendo changas, trabajando en la construcción y revoleando valijas a los colectivos que salían del Bar Quiroga porque las llevaban en el equipaje de arriba. Dicen que se llamaba Juan y siempre lo recuerdo en su casa de calle Leguizamón. Era muy morocho, de espaldas inmensas y mirada fija, que ponía distancia al desconocido. Pero era más bueno que el pan, jamás le ví levantar la voz y su mansa mirada te ganaba el corazón. Hicieron varias peleas Castillo y el Oso en plenas funciones dónde solo se revolcaban con el negro animal, que a veces costaba detectar cuál era el oso.
Pero la última noche le dieron tanta «manija» a la pelea y le prometieron mucha plata a Castillo si ganaba, logrando que el público «reventara» la carpa alentando al «Negro». Un payaso hacía de árbitro y el domador hizo parar en dos patas al oso. Sonó la campana y Castillo fue a la pelea corta, como en las noches anteriores para abrazar al ozesno, hasta que se encontró con un terrible zarpazo de la bestia, que desde el centro de la pista lo desparramó contra las sillas del palco. Cuando pudo levantarse Castillo hizo la clásica seña del abandono y aunque el público lo alentaba a seguir, Castillo dijo textualmente «se van a la merda» y allí terminó todo…
Por esos tiempos se aceptaban esos espectáculos tan aberrantes como graciosos. Hoy seguramente irían presos el dueño del Circo, el de la publicidad, el que vendía las entradas, los acomodadores, el payaso árbitro y hasta el mismo Oso «por pegar tan fuerte».
Castillo podría salvarse con un buen abogado, aduciendo ignorancia. Hechos y protagonistas del maravilloso mundo del Circo, que siempre, bajo cualquier formato, despertará la alegría de todos los niños del mundo.
Juan Carlos Carassay, locutor y periodista. Más de 50 años de pasión por la comunicación y el deporte. juancarloscarassay@gmail.com
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