En donde es hoy el Parque Recreativo Don Tomas existió un barrio popular entre 1930 y 1976: El Salitral. Un asentamiento de gente humilde que fue reubicada con el tiempo.
Si una definición de la palabra leyenda es el relato basado en un hecho o personajes reales, deformado o no, que se sitúa en tiempo y lugar, transmitido de generación en generación, la historia de este asentamiento barrial puede incluirse como tal.
El Salitral tiene un atractivo especial casi nostálgico, para tanta gente que vivió aquellos tiempos y hoy cuenta con la dicha de contarlo para continuar la tradición.
Según estudiosos del fenómeno, este asentamiento de trabajadores comenzó a gestarse por los duros años del 30´. Una sequía rigurosa fue transformando la vida pampeana que sintió realmente la miseria y privaciones en todas las capas sociales.
Fue así que al este de la Laguna de la incipiente ciudad, comenzaron a llegar de distintos lugares trabajadores de pueblos originarios y otros, dependientes en su tiempo del Coronel Gil, el dueño de todo, o procedentes de distintos lares como el Oeste Pampeano devastado por la acción mendocina de cortar nada menos que las aguas de nuestro río.
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Predominaban empleados, changarines, boyeros, trabajadores molineros, todos ellos de poca remuneración los que ayudados por familiares y vecinos fueron ocupando una franja que iba desde la Avenida Uruguay hasta la altura del Molino Werner, al oeste de las vías del Sarmiento y de no mucho más de una cuadra de ancho.
— Quién esto escribe nunca vivió en El Salitral pero su domicilio estaba a solo 5 cuadras de la vía donde comenzaba el barrio y por tanto pasó innumerable cantidad de horas con chicos, de adentro y de afuera, a los que nos unía fundamentalmente la pasión por el fútbol.
Ya hablamos de la profesión de aquellos curtidos hombres en líneas generales; sus mujeres trabajaron en su gran mayoría en comercios, hoteles o casas de familia donde se desempeñaban cuidando niños, planchando, lavando y haciendo clásicas tareas del hogar.
Los niños eran criados en la cultura del trabajo y desde pequeños se los veía hacer changas menores, barrer una vereda, hacer mandados y cuánto » pique» se cruzara para ellos, a fin de aportar algo al hogar o simplemente darse un gustito mínimo como comprar un caramelo.
Los más habilidosos y grandecitos eran verdaderos profesionales en eso de lustrar zapatos en una peluquería o cualquier esquina del centro. Claro que eran niños y por ahí se prendían en algún partidito lo cual aprovechaban otros para esconderles sus cajoncitos, de vagos nomás, y más de uno cobró cuando lo descubrieron. Había uno que le decían Golepa que era bravo si te descubría en la travesura.
Y así pasábamos los días aunque a muchos de aquellos niños la Escuela no les atraía demasiado. Eso no era bueno. Un día alguien que luego triunfó en la vida y es un Señor luego de que el boxeo profesional le hiciera mucho bien, me dijo orgulloso: «Los pobres de antes no íbamos ni a la Municipalidad ni al Gobierno a pedir nada, trabajábamos para lograr una moneda» y tenía mucha razón. Ese mismo gran muchacho me confesó también con orgullo y agradecimiento a su abuela -quien ayudó a criarlo-, que la «santa viejita» todos los días le pedía que fuera a la escuela y estudiara para salir de esa miseria. Un ejemplo de vida que me agradó mucho.
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Volviendo al Barrio El Salitral, si bien era era una larga franja, podría decirse que en el sector sur había algunas casitas de material, asentadas en barro, un punto mejor que las del sector norte que comenzaba en la entonces Avenida Roca. Allí sí veíamos reductos precarios de chapas, maderas, cartones y cuánto material sirviera especialmente para atajar la lluvia, el frío o el viento.
Todo era El Salitral
En realidad jamás escuché que dividieran el Barrio en Norte o Sur. Todo era El Salitral. Y volviendo a aquellos «duros» tiempos para la gente del Barrio, mucha gente, de distinta manera, ayudaba cómo podían a aquellos humildes vecinos.
El Mercado Municipal era un lugar de auxilio para mucha gente, no solo de ese barrio, con rebajas en los cortes de carnes, frutas y verduras a bajos precios y muchas veces hasta regalándoles su mercadería. Tal es así que se generaron innumerables anécdotas risueñas con estos temas, tomados y contados con humor por sus propios protagonistas.
Anécdotas de esos tiempos
En ese sentido mi querido amigo Adolfo «Terete» Dominguez, poeta que le cantó como nadie a la ciudad, no vivió en El Salitral, pero iba todos los días en algún tiempo como tanta gente, y contaba estas historias con gran humor.
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«… Como aquella vez que un carnicero, precisamente para poder cumplir con esta gente, salió a peludear atrás de la Laguna para vender a muy bajo precio. Estaban los piches hermosos colgados del gancho, pero era tanta la miseria del amigo comprador que le dijo al carnicero que le vendiera media res -que no pesaría más de medio kilo- con cáscara y todo, a lo que el vendedor accedió…»
«… Otra vez, contaba Tereté, que a él siempre lo mandaban a buscar cortes de los más baratos, pero con un amigo, por vergüenza, y para que las señoras que esperaban dijeran: «que bien comen estos chicos», le pedían al carnicero dos kilos de carne de «la cara». El vendedor ya sabía que le tenía que dar de la cara de la vaca, es decir: lengua, carretilla y demás, la carne de menor valor…»
«… Otra vez, en tren de recordar aquellos días del desaparecido barrio, muchos chicos y grandes salían a cazar con habilidad aves o animales silvestres para comer, así como a recolectar frutos de piquillin, mora, tunas y papas de monte que estaban ahí nomás, detrás de la Laguna…»
Durante el gobierno justicialista solían recibir ayudas o regalos para las fiestas por ejemplo. Pero las autoridades comenzaron a preocuparse cuando a partir de los 50´ el barrio comenzó a crecer. La falta de agua potable fue un problema y en definitiva las condiciones en que vivía el vecindario, porque la laguna crecía con las lluvias, la gente se bañaba en un tiempo pero cuando nos enteramos que también iban los líquidos cloacales, ni a los perros llevaban a meterse.
Y pensar que también los pibes de mi tiempo conocimos la Laguna Don Tomás sin una gota de agua. Era todo salitre que le daba a su lecho un color blanco sal que impresionaba a la vista. ¡Si la habremos cruzado mil veces a pata!
A fines de los años 50´ en tiempos del Gobernador Ismael Amit se comenzó a planear la erradicación de El Salitral, para mejorarle considerablemente la vida a aquella humilde gente de trabajo. Fue así que comenzaron a contruir casas de material (la mayoría habitadas hoy por esas familias) en distintos barrios de la ciudad: Zona Norte, en proximidades del Club Argentino, Mataderos, Villa Parque, Las Rosas entre otros. El último inaugurado fue el Barrio Peñi Ruca en 1.976, con lo que concluyó definitivamente la erradicación del emblemático Salitral.
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Hay una anécdota que quiero recordar en el final. Gobernaba la provincia Don Aquiles José Regazzoli quién a pocas horas del golpe militar del 76´ quiso cumplir con los auténticos adjudicatarios de las viviendas entregándoles con urgencia a cada uno sus llaves. Hoy, el nombre del querido gobernador está en un Barrio de ese sector de Santa Rosa.
Síntesis a pleno recuerdo después de tantos años de un barrio periférico, humilde y postergado con gente de trabajo y tantos chicos amigos que luego pudieron desarrollarse mucho mejor y dar linda vida a su familia.
Un barrio que al final estaba a 10 cuadras de la Plaza. Hoy podría haber sido un Barrio Cerrado Concheto, de balcones con vistas a la hermosa Laguna. Un verdadero orgullo para los oriundos cuando inauguró sus obras el Intendente Oscar Mario Jorge. ¿Hoy estará en las mismas condiciones? Si no es así, habrá que buscar entre pueblo y gobierno una salida para que en ese lugar puedan juntarse nuevamente las familias de a miles como antes, con grato lugar de esparcimiento.
Es tarea de todos y vale aportar ideas. Mientras tanto: no te olvidamos viejo Salitral.
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Juan Carlos Carassay, locutor y periodista. Más de 50 años de pasión por la comunicación y el deporte juancarloscarassay@gmail.com
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