En tiempos donde las fronteras se diluyen, los absolutos se relativizan, y las taxonomías estallan por los aires, ¿cómo definir la salud mental? ¿Qué es ser sano mentalmente hoy, en pleno siglo XXI?
Tendremos que comenzar por lo básico, ¿cómo definir la salud? ¿Alcanza con hacerlo por oposición a la enfermedad? Y aún, si lo hiciéramos de ese modo, en el campo de lo “mental” las cosas cambian tanto y tan rápidamente… patologías que marcaron el siglo XX hoy ya no son tales…
El 10 de octubre es el Día Mundial de la Salud Mental. Una fecha que se celebra anualmente para concientizar acerca de los problemas de salud mental en todo el mundo.
La sociedad y su cultura cambian su forma de leer el mundo, de atribuir significado, de valorar los fenómenos. Y las personas -los hombres, las mujeres- cambian sus procesos de sexuación, sus ideales identificatorios, sus códigos de género.
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Conforme avanza la civilización, cambian los ordenadores con que cada comunidad regula su convivencia y asegura su equilibrio. Sin lugar a dudas, la nave de los locos hoy albergaría a muchos genios: los vanguardistas, los creativos, los innovadores, los transgéneros. En resumidas cuentas, los inclasificables actuales. Así las cosas, ¿quién se atreve aún a plantear qué es la salud mental?
Sin embargo, distanciándonos de concepciones patologizantes o segregativas, podemos hacer un intento por pensar qué es estar sano, al menos, con una cierta brújula. Y ésta no puede ser otra que la misma que orienta a Freud. Siempre que hay enfermedad –en los términos en los que el autor vienés la concibe- hay estasis libidinal, es decir, detención del movimiento de la libido. Por oposición, la salud es movimiento, circulación, flujo de la libido encausada.
Y es que efectivamente, el deseo -como motor del psiquismo y los actos humanos- es fluidez. El saber popular lo dice muy sabiamente: cuando quiere significar que algo anda (camina) dice simplemente: “fluye”.
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En estos términos, la salud tal vez no sea otra cosa que disponer de la libido a fin de movernos en el sentido o la dirección en que el deseo –más íntimamente ajeno- nos conduce. Sólo así, en la medida que haya libido disponible para sostener el movimiento deseante, el sujeto podrá gozar de la vida, trabajar y amar.
Verónica Llull Casado es Dra. Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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