En estos tiempos, el despliegue de los niños se siente en estado “puro”. Ya no tienen o recién están recuperando otros espacios de pertenencia: el jardín, la escuela, el tiempo con los abuelos, el deporte…Entonces, la casa se vuelve el único lugar posible para drenar las energías y emociones. Padres e hijos se redescubren.
Niños ansiosos
Existen niños a los que les cuesta encontrar la calma, cuyo cuerpo tiene como un “motor en on”. A ellos les es más difícil esperar, tolerar la frustración y muchas veces responden con un berrinche cuando su madre les pone la remera a rayas en vez de la verde lisa. La pregunta es: ¿Pueden parar? ¿Cómo ayudarlos? Existen algunos puntos, que merecen sentarnos a pensar.
Para muchos, la vieja escuela da resultados. Dejarlos solos, gritarles, o hasta pegarles un “buen chirlo” como se suele decir. Y digo que da resultado, porque la conducta disruptiva cuando un niño está asustado, cesa.
A calmarse se aprende con otro
El camino que les propongo, no sin esfuerzo, apunta al aprendizaje cognitivo y emocional, a no responder por miedo, a lograr conectarnos antes de sancionar.
Veamos un ejemplo: Martina, de cuatro años, se resiste a sentarse a la mesa y tira el tenedor. Su madre se molesta, pero se da cuenta que minutos antes de la cena mantuvo una fuerte discusión con su hermana. Entonces, pone en palabras lo difícil que debe haber sido para Martina escuchar que discutía con su tía a quien quiere tanto, y juntas le grabaron una canción. Luego, la invita a levantar el tenedor. Ella accede y finalmente pueden comer. Esta escena podría haber sido otra si únicamente sancionaba a Martina. Se perdía de conocer qué le pasaba y consolarla.
Por su edad y/o madurez emocional los niños no pueden decir: “Mamá por favor no discutas, me hace mal verte así”. Esta madre, con su corteza prefrontal ya desarrollada (encargada a nivel cerebral de autorregularnos) le presta a su hija, las palabras para que encuentre nuevamente la calma.
También, pone límites. Convoca a Martina a levantar el tenedor, mostrándole por un lado, que esa forma no es la correcta de reaccionar, y por otro habilitando que pueda reparar el daño que causó. La “capacidad de reparación” es una habilidad social necesaria de enseñar en la infancia, – pedir perdón, hacer un mimo -. De lo contrario, pueden emerger una seguidilla de conductas disfuncionales como si el niño no pudiera parar de comportarse mal, buscando en el fondo un reto mayor, capaz de expiar su culpa.
No se requiere leer cada situación, y no en todas encontraremos una causa clara. Winnicott dice “alcanza con ser padres suficientemente buenos”, no perfectos. Y, saber pedir ayuda a tiempo, así como bajar nuestro nivel de expectativas, también puede colaborar. Para los adultos, lidiar con “los niños queriendo ser niños” no resulta fácil.
Tengamos en cuenta que en la infancia, el jugar tiene el poder de ayudar a drenar lo que preocupa, lo que asusta, habilitemos espacios de juego. Y, procuremos que tengan descarga física, sobre todo los niños más hiperactivos.
Tratemos de no mirar la conducta de nuestros hijos de lejos. Ellos se cargan y son grandes lectores del clima emocional preponderante en el hogar. Quizás no puedan parar una discusión con sus pequeñas manos, o curar a sus seres queridos enfermos. Pero si pueden mostrarnos a través de su cuerpo y de sus reacciones, cómo está su mundo interior.
La pregunta entonces será: ¿Nosotros como padres podemos parar? A veces pareciera que en la vida nos subimos a un tren sin paradas.
Los invito a frenar y contemplar el paisaje.
Florencia Jaques Lorda es Psicóloga. Especialista en clínica infanto-juvenil, neuropsicología clínica y orientación a padres e instituciones educativas.