El Día de la Niñez puede ser una ocasión de festejo con nuestros niños –niños, niñas, niñes- los que están con nosotros en nuestros hogares, nuestros hijos, sobrinos, nietos y aquellos que -más allá de los lazos de sangre- puedan constituir nuestros preciados objetos de cuidado y amor, y al mismo tiempo, puede constituirse también en una oportunidad para repensar todas aquellas prácticas que podrían conducirnos como comunidad a proteger a todos aquellos otros niños –niños, niñas, niñes- que no cuentan con la protección más primaria que debe llegar del lado de la familia como primer escenario de alojamiento psíquico y social para un sujeto.
En el último año hemos sido testigos involuntarios de diversos hechos que involucraron a los niños como protagonistas de escenas aberrantes. Los medios –sobre todo televisivos- suelen cubrir noticias sobre jóvenes a veces muy pequeños –apenas salientes del territorio de la niñez- que participan de hechos delictivos que conmueven a la opinión pública. En otras circunstancias, nos muestran niños maltratados por sus padres, ignorados por la escuela, abusados por personas que encarnan algún valor de la autoridad profesional moral o religiosa –todos ellos víctimas de las distintas formas de violencia y agresión por parte de los adultos.
“Lo único que se debe esperar de un niño es que pueda desplegar la actividad que le permite desarrollarse sanamente, la del juego“
De un lado y del otro, siempre que hay un niño –niño, niña, niñe- en una situación que no es esperable para su edad –y ahí donde lo único que se debe esperar de un niño es que pueda desplegar la actividad que le permite desarrollarse sanamente, la del juego. Siempre que hay un niño que debiera estar en la escuela y está en la calle, que debiera estar protegido por la calidez de su hogar y en vez de ello es golpeado, agredido, abusado, siempre que hay un niño empuñando un arma fuera de una escena lúdica, siempre que algo de esto ocurre, hay un adulto que ha declinado su responsabilidad con relación a él.
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El Día de la Niñez -de las infancias, de los niños y niñas y niñes y todas las denominaciones con las que se quiera delinear un escenario inclusivo- tiene que permitirnos pensar que la única protección real que puede ofrecerse a un niño a escala individual es la del amor como garantía de cuidado. Asimismo, y a escala social, la mejor protección que puede garantizársele a un niño desde el Estado y la comunidad es la de comprender su condición de vulnerabilidad –propia de su sola condición etaria, de su inmadurez vinculada a su edad y su fragilidad concomitante- y asumir el compromiso de acompañarlo en su desarrollo asegurando que le va a ser posible transitar su infancia y su niñez en un marco de seguridad y contención.
Un niño víctima y un niño victimario constituyen dos caras de la misma moneda: son el testimonio más fuerte de la degradación de la responsabilidad adulta y de su obligación de cuidado respecto de aquel que todavía no puede cuidarse por sí solo.
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En el Día de la Niñez –de las niñeces diversas e inclusivas- hagamos lo posible por considerar otra dimensión no menos necesaria de la integración social: la protección del derecho de un niño de ser amado, cuidado, y acompañado en su condición de tal.
Verónica Llull Casado es Dra. Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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