En los últimos años los delitos contra la propiedad se han tornado cada vez más violentos. El robo de un celular, una moto o un auto puede ahora terminar con la vida de una persona. ¿Qué ha cambiado en los últimos veinte años para que esto pase a ser, de un hecho excepcional, a algo frecuente? Un análisis rápido conduce pronta y erróneamente a conjeturar en las vías de las consecuencias del abolicionismo penal –sin embargo, los estudios más serios sobre el tema indican que el endurecimiento de las penas no resuelve la cuestión de fondo.
¿Qué ha cambiado en los últimos veinte años para que esto pase a ser, de un hecho excepcional, a algo frecuente?
Entonces, ¿qué puede ser eso que esté incitando a tantos jóvenes y no tan jóvenes a avanzar en la vía de una escalada de violencia delictiva de la que pareciera no haber vuelta atrás? La respuesta se resume en un solo significante. El significante que marca el signo de la época: consumo. Consumo en dos sentidos.
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Por un lado: el consumo de sustancias psicoactivas suele encontrarse presente como el factor común en la mayoría de los delitos contra la propiedad que terminan con un homicidio. El homicida consume alguna sustancia que al momento del hecho pudo haber desencadenado sus frenos inhibitorios.
Por otro lado: el consumo es la filosofía de base que hace de marco a estas prácticas vinculadas a la marginalidad. El discurso contemporáneo encuadra la ecuación simbólica por la cual la vida de un hombre se degrada e equipara a la de un objeto. La vida de un hombre hoy vale lo mismo que la de un celular. ¿Por qué? Porque el discurso contemporáneo nos ha conducido a creer que no hay nada más importante que consumir, y que los objetos deben poseerse a cualquier precio.
«El discurso contemporáneo encuadra la ecuación simbólica por la cual la vida de un hombre se degrada e equipara a la de un objeto»
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Así, cuando el delincuente mata por un celular, no hace otra cosa que poner en acto la máxima contemporánea: imposible is nothing. El discurso epocal ha abolido el imposible. Al punto que se han destituido los tabúes que antaño fundaban los principios del lazo social.
Sobre ese empuje de fondo, la delincuencia avanza sintiéndose además fuera del contrato social. El estallido de las instituciones modernas (la familia, la escuela, la Justicia, el trabajo), algunos de los ordenadores que permitieron establecer la regulación social, arrastraron con su caída, la creencia de los excluidos en el contrato social.
Vale decir, el problema no es sólo la desigualdad. Antes de la sanción de algunas leyes destinadas a incluir a los sectores más postergados de la sociedad, aquellos sectores más desprotegidos, también quedaban por fuera, sin embargo, eso no los conducía al delito. ¿Por qué? Porque existía en ellos la creencia –al menos ilusoria- en la ficción del progreso y del esfuerzo como medio de crecimiento. Los hijos y nietos de inmigrantes sabemos de eso.
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El discurso contemporáneo y su imperativo de consumo a ultranza ha conducido a corcircuitar la temporalidad. Ya nadie quiere estudiar cinco o seis años. Proliferan las carreras cortas. La UBA ha acortado los planes de estudio de la carrera de Medicina. En ese marco, el delincuente tampoco quiere esforzarse, y también quiere consumir. Y el mercado le ha enseñado que imposible is nothing. Entonces, va por ello. Total, además, ya está advertido, no es parte, y nunca va a serlo. Matar pierde sentido. Igual que vivir. (La depresión es otro de los males de la época…).
En la medida en la que no se revean seriamente las coordenadas del discurso sobre el que se edifican los pilares de nuestra cultura, la civilización occidental, no sólo nuestro pueblo, tiene un mal futuro por delante.
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Mientras tanto, ¿cómo haremos para convivir con la sensación inquietante de que la vida puede perderse en cualquier momento, de manera trágica, a manos de otro, por un homicidio en ocasión de robo? Si quieres enfrentar la vida, decía Freud, prepárate para la muerte.
Verónica Llull Casado es Dra. en Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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