Se terminó una larga maratón electoral, elegimos candidatos, tras candidatos. Los aliados de hoy pasaron a ser acérrimos enemigos de mañana y viceversa, según la necesidad o conveniencia. Las agresiones verbales tuvieron momentos picos, en la sociedad en general, pero en la clase política, en particular.
Se escucharon frases como “mogólicos” o “viejos meados” para denostar a otras personas sin el mínimo respeto por las personas con discapacidad, sin mensurar el real impacto para las personas y su entorno familiar.
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Candidatos y sus acólitos, que aspiraban a representar a la sociedad, depositarios de expectativas y generadores de promesas, agredían o denostaban al rival político, sin medir las consecuencias para terceros. Este es un claro ejemplo de la persistencia de factores que activan mecanismos de exclusión y segregación hacia las personas con discapacidad.
La inclusión es uno de los fenómenos de mayor trascendencia de los últimos años, pero la realidad nos dice que la discapacidad sigue siendo discriminada y la sociedad todavía favorece mecanismos de exclusión.
Pretender descalificar al rival político sin entender el real significado de las frases utilizadas y el impacto en las personas es un desacierto. Faltar el respeto a personas con discapacidad o alteraciones funcionales con alusiones desagradables es, sin lugar a dudas, no respetar sus derechos.
Pero la falta de autocrítica, que permitiría ensayar disculpas, transforma esta situación en algo grotesco y repudiable. La palabra mogólico utilizada para insultar, en referencia a la falta de inteligencia o para pretender diferenciar parámetros de normalidad, genera un daño exponencial en personas con discapacidad.
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El Síndrome de Down es la característica de la persona, es parte de quién es y no se debe utilizar como palabra peyorativa. Cuando insultamos a alguien diciéndole mogólico, estamos discriminando. La Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA), defensora de los derechos de las personas, hace una real lectura de esta realidad.
Cabría investigar, el motivo por el cual la sociedad repudia todo lo relacionado a la sexualidad o situaciones similares y permite el agravio cuando se habla de discapacidad.
El término viejos meados, además de desagradable, es una agresión absoluta, sin entender el real significado. La incontinencia urinaria es un trastorno funcional secundario a una patología, que afecta en forma permanente a muchas personas con discapacidad.
La incontinencia traspasa a la tercera edad y genera tanto impacto psicológico como repercusiones sociales. La persona puede tener sentimientos de vergüenza, alteración de la autoestima y pérdida de calidad de vida.
La mujer en situaciones puntuales, como embarazo, parto o menopausia, pueden sufrir de incontinencia. Muchas personas con largos tratamientos, superan esta realidad, pero para otras, es una situación irreversible.
En definitiva, utilizar epítetos que para algunas personas significan un alto impacto en la salud y pérdida de calidad de vida, para denostar a otras, es de una bajeza absoluta, que debe ser repudiada por la sociedad en su conjunto y rechazada por la clase política.
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El desagravio a terceros en estos términos, define la falta de capacidad de comunicación y de empatía con la sociedad. Visualizar este tipo agravio, es una forma de ensayar una disculpa e instalar un debate, sobre los límites efímeros que no debemos traspasar.
Por último, en la agenda política de todos los candidatos no tuvo un espacio real la discapacidad. Únicamente hablamos de discapacidad para mencionar el alto costo que tiene para la seguridad social. Sin entender que este desfasaje económico o financiero, no lo generan las personas con discapacidad o sus familias, por el contrario, lo genera la falta de políticas adecuadas y médica concretas, en relación a esta realidad.
Lic. Gustavo Gheller Fisioterapeuta, Lic. en Kinesiología y Fisiatría, especialista en Kinefisiatría Crítica, diplomado en Kinesiología del Trabajo, Ocupacional y Laboral g.gheller@hotmail.com
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