Nuestra bendita tierra que por mucho tiempo fue el Territorio de la Pampa Central, cuando los pueblos originarios aún luchaban por sus tierras milenarias, fue proclamada Provincia en 1.952 por el primer gobierno Justicialista y bautizada como provincia Eva Perón al tiempo que a Chaco se le imponía el nombre de Presidente Perón.
El país sabía poco y nada aún avanzado el Siglo XX de este nuevo estado argentino. Había muchos porteños especialmente y gentes de provincias centenarias alejadas, que hasta preguntaban por ignorancia si todavía había «indios de plumas» por aquí, algo que dolía a los verdaderos pampeanos soportar semejante grado de oscuridad mental.
Eso sí, todos sabían de esta «tierra brava» que los vientos dominaban su paisaje….
Días enteros de viento y tierra
Aquella aldea grande que fue la Santa Rosa cuyo «dueño» era un coronel catamarqueño llamado Remigio Gil, cuyas tierras fueron recibidas del Gobierno Central en «agradecimiento y pago», ubicada en medio de la nada y precisamente con clima hostil en buena parte del año, donde el viento del sur silbaba fuerte, y en días de sequía levantaban polvaredas imponentes que teñían todo de color amarronado.
Esa fue mi Pampa que conocí de pequeño. Con veranos de 44 grados, secos y continuados e inviernos de hasta 12 a 14 bajo cero. Tan distinto el clima del que hoy vivimos, más húmedo con menos frío y calor según marcan los termómetros.
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El viento Pampero soplaba fuerte en La Pampa
Quienes tienen mucha juventud acumulada y años de trabajo en estos lares, darán fe de lo que fueron aquellos días.
Por los años 30 comenzó una época de intensa sequía en La Pampa, lo que produjo días de desaliento entre chacareros y campesinos que veían perder sus sembrados y ganados. La gente no encontraba trabajo en una tierra seca cruzada por la intensidad del Pampero. Los cuatro clubes santarroseños no pudieron sostenerse y se agruparon en el Base Club (Belgrano-All Boys– Santa Rosa y Estudiantes).
Y para colmo de males en abril de 1.932 se desató un fenómeno que llegó hasta Uruguay. El suelo pampeano amaneció tapado por un espeso polvo gris, ceniza en definitiva, como consecuencia de la erupción de 8 volcanes, originada en Chile, Neuquén y Mendoza.
Los años y las décadas fueron pasando pero la intensidad del Pampero siguió quedando como sello identificatoria.
El término «Pampero» se remonta a la llegada de los primeros españoles al Río de la Plata. Ellos observaron que ese viento, de 50 km/h -como mínimo-, cruzaba de sur a norte con aire seco y frío y lo bautizaron así por La Pampa que definieron como «terreno llano, que carece de árboles y vegetación densa«. En realidad el término «Pampa» procede del quechua que significaba «espacio sin límite» o «llanura».
Cómo era la vida con los vientos
Mucha gente coincide que la mejor estación del año en La Pampa es el otoño, dónde los vientos descansan, la temperatura es muy agradable y los días de sol tibio son moneda corriente.
El invierno fue siempre crudo hasta agosto dónde comienzan a aparecer las primeras flores, las plantas comienzan a recibir la savia que da vida y los jóvenes se preparan para vivir la estación del amor…
Pero siempre por aquí los días de viento con distintas consecuencias. Promediando el siglo anterior muy pocas cuadras lucian asfaltadas por lo que la mayoría de las vecinas gastaban escobas barriendo la arena que dejaba el pampero.
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Los pibes disfrutábamos a partir de agosto-setiembre el tiempo de los barriletes. Confieso que era un placer a la vista contemplar aquellos juguetes de caña, engrudo y papel que cada niño se fabricaba y hacían volar en cualquier baldío pintando el cielo de múltiples colores. Y no importaba el frío ni el viento surero que te dejaba rojos los ojos con tantas partículas arenosas…
Tampoco importaba que el viento soplara la pelota cuando algún futbolista como Messi iba a patear un tiro libre. ¿Y el día que había carreras en los circuitos de tierra? Aquellas máquinas de acero de gran potencia derrapaban constantemente «regando» con tierra a todo el mundo que bordeaba la pista y todos contentos aunque volvíamos vestidos de oso y masticando arena.
Pero todo era parte del paisaje porque La Pampa nuestra nunca tuvo al ombú como árbol identificatorio, pero sí al viento Pampero que silbaba fuerte del Sur.
El paisaje tan particular que vimos en calles barriales y alambrados de los campos en invierno, nos quedó para siempre en el recuerdo. Miles y miles de «Cardos rusos» amontonados, resecos y pinchudos, nos esperaban, especialmente para las Fiestas de San Juan y San Pedro. Los chicos de cada barrio nos cruzamos toda la ciudad y volvíamos con altas parvas de cardos cada día, amontonándolos en estratégico lugar para que el barrio vea la inmensa fogata que prendíamos para que todos disfrutaran las inmensas lenguas de fuego que parecían venir del infierno elevándose hacia el cielo.
Y así nos divertíamos por entonces….
Bill Gates no había aparecido por entonces con su revolucionario invento. Los chicos aquellos, si éramos pobres nunca nos dimos cuenta y por tanto nos ayudaban a poner a prueba el ingenio para fabricar nuestros propios juguetes y disfrutarlos sin prejuicios. Y muchas veces con los barriletes, nuestro viejo amigo el viento del sur nos ayudó a remontarlos y soñar con que ese barrilete de larga cola nos podía llevar al cielo y verlo a Dios…
Hoy el clima cambió
Será porque debe ser… Habrá mil motivos para ello, con culpa del hombre o no. Lo cierto es que las temperaturas cambiaron, el clima no es tan seco y el viejo viento surero parece no molestar tanto; tal vez por los gigantes de hierro y cemento que se fueron levantando y por el asfalto que fue avanzando quitándole espacio a la tierra voladora.
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Y nos queda a los viejos, amigos o enemigos del Pampero, que vivimos aquellos tiempos, decir sacando pecho: ¿Vientos ¡Vientos eran los de antes!
Juan Carlos Carassay, locutor y periodista. Más de 50 años de pasión por la comunicación y el deporte. juancarloscarassay@gmail.com
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