Una mujer que desaparece, se presume muerta, se culpa por ello a su pareja, su cuerpo no es encontrado…
No, no estamos hablando de algo que suceda en otras latitudes. Sin embargo, tal como en el caso de Cecilia Strzyzowski, aquí hubo una mujer muerta cuyo cuerpo no se encontró. Estamos hablando de Andrea Noemí López, quien lleva diecinueve años desaparecida, y sin embargo, quien fuera su pareja y padre de su hijo, fue ya condenado por su homicidio.
Andrea está muerta y desaparecida. Las dos cosas al mismo tiempo. Su madre reclama el cuerpo de su hija porque no ha podido cumplir los ritos funerarios que constituyen el más elemental tratamiento simbólico que el hombre hace de la muerte.
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Al momento de la desaparición de Andrea, y de lo que la Justicia entendió como su homicidio, no existía aún la figura de femicidio. Andrea fue una víctima de violencia de género desplegada al interior de su relación de pareja cuando aún la Justicia no tenía un nombre para esos delitos ni un modo de abordaje preventivo para las circunstancias que anteceden estos desenlaces.
Hoy, que la Justicia ha avanzado notablemente en materia de legislación con perspectiva de derechos y sobre todo, de género, el Estado sigue en deuda con Andrea. Porque Andrea, aunque considerada muerta por la Justicia, se encuentra simbólicamente en otro estado. Mientras que su cuerpo no aparezca, su familia no puede y seguramente no lo consiga, hacer la operación de cierre por el cual dar por concluida su vida.
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Diecinueve años después su homicida dijo qué hizo con su cuerpo. Lo que no pudo precisar fue el lugar para hallarla. Diecinueve años después el Estado sigue en deuda con Andrea y los suyos.
Verónica Llull Casado es Dra. en Psicología, especialista en Psicología Forense. Docente e investigadora universitaria.
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