El proyecto completo de Jaak Swinnen para la Catedral de La Pampa abarcaba la fachada, como la conocemos hoy, y una propuesta igual de vanguardista para el altar y el ábside de la iglesia.
Desde la perspectiva actual, se trataba de una instalación artística. Es decir, no era solo un mural, no era solo una escultura en hierro, no era solo una escultura de ladrillo, era un conjunto de elementos y dispositivos visuales dialogando en el espacio.
El arquitecto no estaba solo. Para toda gran empresa creativa son necesarios socios igual de creativos y Swinnen pudo encontrarlo en Eduardo Simón Elizondo, pampeano nacido en 1938, maestro de la Herrería Pampeana.
Leé también La Catedral de Santa Rosa: construir en el cielo
Fue una sociedad fructífera. Trabajaron codo a codo en la fabricación de la Corona que apreciamos en la fachada y en el gran Cristo de cuatro metros, del que hoy solo sobrevive la cabeza en el patio del taller de los hermanos Elizondo, dignos herederos de la dinastía metalúrgica.
La instalación de Swinnen para el interior de la Catedral representaba lo que en la tradición cristiana se conoce como “el envío de los apóstoles”: a los cuarenta días de la resurrección, y diez días antes de Pentecostés, Jesucristo se aparece ante los apóstoles, que estaban frustrados y navegando con sus redes vacías en el Lago de Genesaret y los insta a confiar y a seguir pescando.
Swinnen construyó la barca en ladrillo visto, lugar donde se alojaba el sagrario con una tenue luz. Sobre el ábside pintó el lago, el paisaje montañoso, muchas barcas aguardando a la orilla del lago y los nombres de los doce apóstoles.
Leé también Arquitectura Moderna en Santa Rosa
Con Elizondo como artista del metal, construyeron un Cristo resucitado, liberado de su cruz, flotando sobre el lago. Era una figura plana, de cuatro metros de alto, muy estilizada, alejada de cualquier representación convencional. Algo muy poco habitual de ver en una Iglesia, más acostumbrada a hacer énfasis en el sufrimiento de la cruz, que en una persona liberada de ella.
Sin embargo, por lo que pude investigar, la apuesta era todavía más radical. No solo había un Jesús ya resucitado y una cruz libre sobre la barca, sino que me contaron que Swinnen había ideado un artilugio más genial aún. Dentro del altar, había instalado un pequeño crucifijo con una llave de luz ingeniosamente dispuesta.
Mientras el sacerdote o el obispo estaban oficiando la misa, tenían la posibilidad de encender la llave que proyectaba ese pequeño crucifijo de 10×10 en una inmensa cruz de luz o de sombra sobre el ábside. Esta proyección completaba el mural, añadiendo a la escena un profundo misticismo.
Lamentablemente no pude encontrar fotos ni registros que verifiquen estos relatos. Son datos de la historia oral y una idea que está en sintonía con esta obra tan especial. En la actualidad no queda nada en pie de toda esta composición avant-garde.
Monseñor Mayer, el primer obispo pampeano, fue quien apoyó la obra de Swinnen, un hombre de mirada amplia y avanzada. No podemos decir lo mismo de su sucesor, el obispo Arana.
Arana llegó a la Diócesis de Santa Rosa en 1973 y se quedó hasta 1985. La llegada del obispo coincide con el período más oscuro de nuestra historia. Lo primero que hizo fue descolgar el Cristo resucitado y luego poco a poco, tapar el mural y desmantelar el resto de la obra.
Leé también Barrio Calfucurá, Patrimonio de la Ciudad
De allí en adelante, el derrotero de la escultura metálica de Jesucristo fabricado por Elizondo merece un capítulo aparte. Primero estuvo un tiempo colgada de un poste en casa del arquitecto, de allí (no se sabe bien cómo) pasó al patio de la Capilla Nuestra Señora de Luján donde durmió olvidada muchos años.
Por esas cosas de la vida, la capilla donde recaló la escultura está ubicada en Villa Santillán, tierra de los Elizondo. Según cuentan sus hijos, una tarde, su padre, ya grande, sale de la casa, la ve y exclama: “Parecía que me estaba pidiendo que la sacara”. Elizondo ve su obra, la escultura proyectada para la Catedral de Swinnen, adentro de un volquete, en plena calle. Por supuesto que entre todos la rescatan. Y fue así como la obra regresó al taller que le dio forma, que le dio vida.
Leé también Tesoros en la Ciudad: la pileta del Club Estudiantes
Parece de película, pero es mejor
La obra de Swinnen en su conjunto, como así también las piezas de calidad artística como las de Elizondo, todavía no tienen el reconocimiento que merecen. Ojalá estas palabras colaboren para empezar a mirar lo que nos rodea desde una nueva perspectiva.
Agradezco el tiempo, la predisposición y la generosidad de compartir sus fotos de archivo y sus recuerdos a los hijos de los protagonistas de esta nota: al Arq. Lucas Swinnen y al multifacético, Daniel Elizondo.
Arq. Ana Pessio. Arquitecta UBA. Paisajista. holaabracasa@gmail.com
Leé también Catedral de Santa Rosa, Primera Parte La Catedral de Santa Rosa: construir en el cielo
*****
Este contenido es posible gracias al apoyo de nuestros lectores y auspiciantes. Compartí esta nota, opiná, y publicitá en nuestra web, para promover un periodismo distinto en la región: Contacto y Publicidad