El Vivero Petruzzi de Santa Rosa celebra este año su 97 aniversario. Una historia de más de tres generaciones.
Hoy más vigente que nunca, abuela, hijos y nieto siguen dedicando su vida a las plantas y ofreciendo el mejor asesoramiento a cada cliente. Doris Petruzzi, encargada del lugar desde hace 30 años, cuenta a #LPN su historia.
Durante la entrevista, doña Doris nos invita a recorrer cada rincón: desde la sección de plantines hasta la zona de arbustos, las especies para jardín, las verduras, los chinitos y, en un espacio más distante, las plantas grandes para patio. Su guía se despliega con la serenidad que le otorga su gran experiencia y conocimiento. «Estas que parecen yuyos florecen muy bonitas, viste?», dice mientras señala unas gramíneas.
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Desde su nacimiento hasta hoy, su vida estuvo conectada con el vivero, donde incluso vive, en la casa contigua. A pesar de su jubilación hace seis años, Doris continúa siendo el alma de este espacio y se involucra en cada aspecto del negocio, desde el trabajo con el personal y los proveedores hasta la selección y mantenimiento de las plantas.
“Yo trabajo porque quiero, porque esto es mi vida. Nací acá, entonces quiero que esté bien, que esté cuidado. Me gusta la atención de las plantas, que estén bien, verlas en condiciones. Murió mi papá, después siguió mi mamá, mi hermano y mi marido. Pasaron muchas cosas y hace 30 años que estoy yo sola al frente, con mis hijos que me han ayudado muchísimo. Ahora también mi nieto que está ahí, ayudando”.
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Una historia de inmigrantes
Como puede advertirse por su nombre, el vivero nació de la mano de migrantes italianos. La historia se remonta al período de entreguerras, cuando Eugenio Petruzzi, el padre de Doris, dejó a los 17 años su pueblo en Italia buscando un futuro mejor. La familia lo estaba pasando mal después de la Primera Guerra Mundial y su padre le aconsejó que se fuera de Europa antes de que empezara la Segunda Guerra. Así llegó a Argentina listo para empezar desde cero. «Solo con sus dos manitos», cuenta Doris.
Empezó trabajando la tierra como peón de campo y agricultor, usando las habilidades y conocimientos que había adquirido en su lugar de origen. Durante los inviernos, se le ocurrió la idea de criar plantas, un proyecto que cobraba vida mientras el campo producía en verano. La combinación de estos negocios le permitió mantener un flujo constante de producción y ventas.
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El terreno donde siempre estuvo emplazado el vivero es enorme y ocupa prácticamente una cuadra. En su momento, fue adquirido en cuotas por Don Petruzzi y como primer proyecto instaló un tanque de agua de 100.000 litros para regar toda la cuadra. Actualmente, el tanque sirve como piscina, mientras que el riego se hace mediante una bomba sumergible a 60 metros.
Al principio vendía árboles como eucaliptos, álamos y pinos y cultivaba una variedad de vegetales en su huerto: tomates, morrones, zapallitos, entre otros, en cantidades sorprendentes, superando desafíos logísticos de aquel entonces, cuando los camiones térmicos no existían y los productos externos llegaban marchitos.
Tiempo después, en 1941, se casó con Oliva Bruschi, también migrante, y formaron una familia con Palma Doris y José Alberto. Así, poco a poco ampliaron el proyecto e incorporaron plantas más modernas, otros follajes, otros colores.
El asesoramiento, indispensable
Con el paso del tiempo, fueron modernizando las instalaciones, priorizando el confort del cliente. Hoy todo está meticulosamente organizado por secciones, clasificado por precios, tipos y nombres. Sin embargo, la atención que brindan es constante:
“Tratamos de asesorar todo lo que se pueda, porque el asesoramiento es indispensable. No podes simplemente decirle al cliente «ahí están las plantas». El cliente necesita que le digan qué planta es, cómo es y cómo se cuida. Que su resultado sea el mejor. Así que tratamos de estar lo mejor posible y que haya un buen ambiente en el vivero. Eso se transmite».
Doris contó con la valiosa ayuda de sus tres hijos, Mónica, Darío y Hugo, a lo largo de su vida. Lamentablemente, hace casi tres años, sufrieron una trágica pérdida: Mónica falleció a los 59 años a causa de un infarto, un doloroso golpe que se sumó al fallecimiento de un nieto de seis años. «Todavía nos estamos recuperando», confiesa casi entre lágrimas.
Actualmente, el hijo mayor, ingeniero, tiene sus oficinas en la parte superior del vivero. El hijo menor ejerce como médico, especializado en traumatología. A pesar de sus ocupaciones, ambos hijos continúan brindando su apoyo de diversas maneras, contribuyendo incluso con los pagos y el transporte, siempre dispuestos a colaborar en lo que sea necesario.
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Doris habla con cariño y admiración sobre uno de sus nietos, Roman (24), quien se fue a vivir con ella tras la pérdida de su madre.
«Él estaba estudiando cuando murió la mamá. Ahora colabora, me ayuda. Ahora, por ejemplo, estábamos con los camiones, él está controlando, le gusta. No conoce mucho, es decir, puede equivocarse, está aprendiendo. Pero le gusta sacar fotos, publicarlas. Me pregunta, esto qué es, cómo se vende, todo. Él maneja las redes, cosa que a mí no me gusta. Es otra generación, otros puntos de vista, pero compartimos mucho. Él tiene ideas más modernas. Yo digo, la planta no la puedes modernizar, siempre es la misma cosa, cómo la vendés es lo que cambia».
En su oficina, su teléfono celular no deja de sonar. Tienen muchos clientes y de todos lados. Entre llamadas y consultas, equilibra con destreza la atención al público y sus responsabilidades en el negocio. Pero su labor no se limita al vivero; su día comienza temprano para encargarse también de la coordinación de actividades del Centro Umbro de La Pampa, la asociación de cultura italiana que actualmente preside.
Respecto de hasta cuándo piensa seguir al frente del negocio, responde muy segura:.
«Mientras Dios me de vida. Yo estoy acá, estoy en lo mío. Hago lo que tengo ganas, lo que quiero. Me gusta que esté todo en orden, me la paso atrás de los empleados. Esto sí, esto no. Porque el que no conoce o no le importa, le da lo mismo que le de el sol. Tenés que saber. A su vez, tenes que vender para pagar al personal, porque hay cinco empleados y hay que pagarles. Así que trato de estar todo lo posible y hago lo que puedo».
La dedicación y el liderazgo que marcó la trayectoria de Doris y su familia se proyectan más allá del vivero, dejando una huella en la comunidad que va más allá de las plantas y flores.
Vivero Petruzzi Avenida Belgrano Norte 684. Santa Rosa, La Pampa
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