“Algunos vienen por stress, otros por angustia, por ansiedad, por recomendación médica, pero en el fondo todos saben que viene a conectar con cosas más profundas” nos dice Anabella Clarembaux (39) profesora de yoga.
Aquietar la mente. Ese parece ser el objetivo. “O con la intención de abrirse a algo que se va descubriendo” agrega.
Anabella tenía 26 años cuando encontró este camino, y no lo soltó más. Una “llamita encendida» le fue marcando la ruta. Primero fueron charlas, meditación, un profesorado. Después llegó al ayurveda, los viajes a India (ya va por el cuarto), el Centro de Osho, y su primera clase de Ashtanga, un gran punto de inflexión.
Hoy, junto a Mariano Alonso, son pareja, y llevan adelante OM Centro de Yoga, un espacio en el que conviven diferentes estilos, y en donde armaron su “familia yogui”. “Cada estilo aborda un camino distinto, pero todos con la misma finalidad” nos cuentan.
Encontrar el camino
Anabella se fue a estudiar a Buenos Aires cuando terminó el secundario. Pero sentía que nada la llenaba. Iba a charlas «con nombre raros». Cursos. Un día se le puso frente a sus ojos una publicidad de un profesorado de yoga. Y se anotó.
Entre clases prácticas y teóricas empezó a escuchar respuestas. Y a encontrarse con cosas que no son simples: mirar hacia adentro, soltar, flexibilizar el cuerpo y la mente. Y descubrió que le hacía bien compartirlo. Con la familia, los amigos: “a ver si esto también te puede hacer bien a vos” pensaba.
Luego incursionó en el ayurveda (medicina tradicional de la India, vinculada a los hábitos), hizo cursos de comida naturista, incorporó la meditación a su vida. Y todo fue cambiando.
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Un día decidió mudarse a La Pampa. “Estar a 10 minutos de tus amigos. Volver a almorzar a casa. La tranquilidad, el remanso, el refugio.” “Para los que viven en una ciudad grande el desafío es aún más grande”, reflexiona.
Mariano era su alumno. Así se conocieron, y juntos formaron un espacio en donde dar todo lo que fueron aprendiendo. “Cuando es algo sincero, querés compartirlo”. Y así se fueron sumando los profesores de diferentes estilos.
Ashtanga, el yoga de la respiración
Su primera clase de Ashtanga fue un descubrimiento. Sintió que estaba ante algo muy profundo. “Un día ví una foto de Germán Garro haciendo una postura imposible. Era un hombre adulto, y no era un gimnasta. Tuve la sensación de que era alguien con un camino transitado.”
Germán vivía en El Bolsón y daba un curso de un año en Bariloche. Y allá fue. “El día que tomé la primera clase, en la relajación, se me caían las lágrimas. Ese fue el momento de darme cuenta que estaba haciendo lo que tenía que hacer. Fue escuchar al corazón.”
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¿Qué es Ashtanga? Es un método de 8 pasos. Un camino de desarrollo personal. Va desde la actitud ante la vida, con uno mismo, hasta con el entorno. Después vienen las posturas, la concentración. Es un desarrollo desde lo físico, pero también en la personalidad.
Es un yoga dinámico, en el que la respiración ayuda a enlazar la sucesión de posturas. Para Ana es hoy su cable a tierra. “Es un espejo gigante. Ves todo. Lo que querés pulir, trabajar y aceptar”. Es un trabajo de fortaleza física e interna. Ser consciente de que todo puede cambiar y mejorar.
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Se trata de aceptar los tiempos, el proceso y no esperar los resultados. Construir fortaleza, flexibilidad y disciplina. “Las únicas personas que no lo pueden practicar son las personas perezosas” decía su creador, Patthabi Jois. Requiere perseverancia y disciplina.
El Sharat Yoga Center, en Mysore, India, la única «escuela oficial» en el mundo en donde certificar en esta disciplina. Anabella ya asistió en dos oportunidades, y planifica seguir haciéndolo.
“Pero esto es práctica. Es un linaje puro y tradicional” Se practica 6 días a la semana. Menos los días de luna llena y luna nueva, respetando los ciclos de la naturaleza.
En fin, es yoga: “Un espejo que refleja en detalle y con profundidad, lo que uno quiere modificar y cambiar para progresar” reflexiona Ana.
Namasté (saludo hindú)
OM Centro de Yoga Santa Rosa, La Pampa. WhatsApp 2954 404602 Instagram
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