“¿Vos me asegurás que encontraste a una persona que me va a hacer los dinosaurios?”.
Era noviembre de 1995 y Livio Curto, intendente de Eduardo Castex en ese momento, lanzaba la difícil pregunta a un integrante de su equipo.
“Confía en mí y vamos a verlo”, fue la respuesta.
A Curto se le ocurrió algo que marcó una huella en la historia de Castex: la creación del Parque de los Dinosaurios, ubicado en la intersección de la ruta nacional 35 y la provincial 102. Un predio de ocho hectáreas que hoy cuenta con 23 esculturas en escala real.
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—Curto estaba buscando alguien que le hiciera dinosaurios. Un vecino mío le dice vamos a ver a Cacho Fortunsky. Aparecen en mi casa y yo era una persona cerrada, no tenía afinidad con los políticos. Los consideraba a todos corruptos, que siempre hacían algo en beneficio propio. Entonces no los quería y a Curto se lo dije. Pero tengo que reconocer que fue la persona que más confió en mí.
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“¿Te animás a hacer los dinosaurios?”, fue la pregunta desesperada que le hizo Curto apenas lo vio.
—Yo en ese tiempo no sabía ni lo que era un dinosaurio. No tenía acceso a revistas de dinosaurios, no había nada. Me podía enterar algún día por un diario que daban una noticia de que había encontrado restos fósiles, pero nada más. Le dije que me iba a animar. Y le señalé las palmeras para que tome la magnitud del tamaño que eran—, dice Fortunsky a La Pampa Noticias.
Aquella propuesta de Curto hoy sigue en la memoria de Fortunsky. “Él estaba obsesionado con hacer dinosaurios y quería que yo se los hiciera. Él me decía: ‘Si me gustan vamos a hacer muchos más. Vos decime cuánto me cobras´”, recuerda a 25 años de ese pedido.
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—Yo ni idea tenía, le tiré un número que me asegurara de ganar unos pesos y de pagarle por día a mi hermano que me ayudaba. Así empezó todo. Livio (Curto) estaba todos los días conmigo, no me fallaba, estaba apasionado por lo que quería hacer. El primer dinosaurio le gustó y ahí me dijo de hacer muchos más. Le pregunté cuántos y me respondió: “No sé, haceme 100. Grandes y chiquitos”. Yo le digo bueno y ahí la obra empezó a atraparme.
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— ¿Te acordás de más detalles de esos comienzos?
— La mujer de Curto iba mucho a Cuba por una cuestión de salud. Un día trajo fotos de un parque que se llamaba Valle de la Prehistoria. Ahí salió la idea. Curto era un hombre visionario, emprendedor y muy audaz. En este pueblo pasaban miles de autos al día por la ruta 35. Pero sólo paraban a cargar combustible. A Curto se le ocurrió hacer esto con el fin de “detener” a esos vehículos y ponerles un atractivo innovador.
—¿Imaginás que sería hoy de tu vida sin los dinosaurios?
—La vida te ofrece muchos caminos y los dinosaurios fueron una gran oportunidad. Especular en que hubiese sido de mi vida sería muy utópico. El arte me apasionaba desde chico. Cuando comencé con esto tenía 25 años. Sin embargo, a los 17 años ya había pasado por la cárcel.
La voz de Cacho se entrecorta y enseguida profundiza en más detalles: “Tuve una infancia jodida acá en el pueblo. Me críe en la humildad, a las sombras de los que tenían todo. Los que menos teníamos fuimos ignorados. Quizá el resentimiento me llevó a la delincuencia y terminé en la cárcel unos años. Yo ya no soy el que fui. En prisión dibujaba mucho y el arte me acompañó”, confiesa. Y manda un mensaje: “Para cualquiera que estuvo privado de su libertad todo eso forma parte de su historia y de su ser. Es algo que no es agradable y es inolvidable”, comenta.
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Cacho, como lo llaman en el pueblo, dirá que en la escuela hacía dibujos y tallaba madera. “Antes se ignoraban esas cosas. Si hubiese sido Da Vinci la historia sería la misma. El arte era visto como una pérdida de tiempo. Yo dibujaba y todo lo hacía natural. Mi arte innato es haber sido autodidacta. Lo que un profesor te puede enseñar, a mi me lo enseñaba el ver los árboles, ver una persona en movimiento, ver los brillos. Eso sabía que lo tenía que plasmar en algo, practicarlo y expresarlo”, confiesa.
—¿Qué consejo le darías a los chicos que hoy buscan acercarse al arte y no saben cómo hacerlo?
—La vida del artista es una vida marginal, a veces no sos comprendido. Les diría que sí sienten la necesidad de expresar su arte, que lo hagan. Te pueden quitar todo, pero si vos llevas el arte en la sangre, te va a acompañar a todos lados. Es una puerta hacia otra dimensión que solo la tiene el artista. También les diría que se olviden que si piensan que con esto van a ser millonarios. Tal vez alguno sea un iluminado y lo logre, pero eso no es lo importante.
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—¿Hay alguna escultura que te quede por hacer?
—Ya tengo 50 años. Hago cosas que no me doy cuenta y son artísticas. La obra que más me atrapó fue el Parque de la Prehistoria y la que también me dio muchos sinsabores. Es que está manejado por la política de turno. Mi día a día es complejo. El Parque soy yo y si está abandonado, yo estoy abandonado. Hoy no estoy conforme, hace años que no soy escuchado y soy ignorado por los gobiernos. El Parque es como tener una piedra en el zapato que siempre molesta. Y lo tienen que bancar porque realmente es algo muy representativo del pueblo, pero no lo quieren. No sé si es por mí o por Livio. Yo no quiero que el Parque sea un cero a la izquierda. A Castex lo conocen como el pueblo de los dinosaurios. Eso es algo que nunca lo imaginé en mi vida pero es así.
—¿Te cansa hablar de dinosaurios?
—Me gusta que me pregunten, vos no te das una idea lo que les gusta escuchar a los chicos sobre dinosaurios. Chicos que andan alborotados y las maestras reniegan. Yo los reúno, les cuento historias, preguntan mucho y escuchan. Les hablo y créeme que siento que les cambió el día. No me cansa. Lo que no me gusta es que se me conozca como un especialista en dinosaurios. Yo también soy un artista que retrató personas.
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—¿Pensaste alguna vez en abandonar todo?
—Al Parque nunca. Le pongo toda mi energía. A veces siento que se me agotó la edad como para empezar de cero en otro lugar con mi arte. He tenido propuestas para irme al sur del país, a Córdoba, a España. Siento que me tengo que quedar en mi pueblo. Quiero concluir la obra de mi pueblo. Era una ilusión y un sueño que compartí con Livio, que me hizo parte de su sueño y se transformó en el mío también. Y que todos lo puedan disfrutar. Por eso estoy acá y voy a morirme acá en el Parque de los Dinosaurios.
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—Yo fui un ladroncito de pueblo, un ladrón de gallina —dice Fortunsky y continúa—. Se me mitificó todo acá en el pueblo. Caía por un robo común y se me imputaban 50 causas. La policía trataba de limpiarse conmigo todos los delitos que no descubrían. Nunca me metí en la droga. Fueron por robos pelotudos, de necesidades básicas para alimentar a mi familia. Eso fue lo que hice. Nunca alguien salió dañado. Pero me agregaban causas imaginarias enormes. Una vez robé un ternero para darle de comer a mis hijos, pero cuando fui al juzgado me imputaron por un montón de cosas. Ellos quería hacerle creer a la sociedad diciendo que habían agarrado a un peligroso delincuente llamado Cacho Fornunski. Y todos me miraban con ojos de miedo.
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—¿Esa mirada de miedo sentís que todavía está presente en algunas personas?
—Hoy no es tan así como fue en otros años. La gran parte del pueblo me quiere y me lo demuestra. Gente que padecieron mis actos de delincuencia, me saludan. Voy a sus negocios, vienen al Parque, nos damos la mano. Me cambió la vida que me acepten. Quiero que me comprendan que si lo hice, fue en un momento de rebeldía, de ignorancia y de necesidades insatisfechas. Lo hacía para poder mantenerme yo y mi familia. Creo que hay gente que lo entendió. También sé que hay gente que dirá cosas malas. Hay algunos que cuentan historias mías que sólo están en su cabeza. Yo me cago de risa y les digo que saben más de mi vida que yo.
Entre tantos sueños y recuerdos que habitan en Fortunsky, confiesa que le gustaría sentarse ahora mismo en una reposera para ver los dinosaurios y gritar bien fuerte: “¡Por fin está todo terminado!”.
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