Hasta ayer los días se hicieron eternos. Qué locura. Pasó un mes desde que empezó el Mundial. Lo empezamos perdiendo. No volví a usar la ropa que me puse ese martes de fines de noviembre. Y desde que empezamos a ganar usé siempre lo mismo. Vi todos los partidos con mi compañero, con mi bebé de cuatro meses y con mamá. Todos sentados en los mismos lugares.
A mi bebé lo uniformé: la de Messi, pantalón negro y un pañuelo celeste en la cabeza. No importaba el calor, no importaba ni el hambre ni el sueño. Había que cumplir con las cábalas y se cumplió. Ni hablar de los goles, aunque el chancho se durmiera el gol se gritaba y todos y cada uno de los goles se gritaron con toda la voz, hasta quedar rojos, transpirados, mudos.
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Hasta ayer nunca había sentido tanta angustia y tanta alegría al mismo tiempo. Confiaba en este equipo. A lo largo del Mundial escuché a los jugadores decir que todos y cada uno de los partidos eran finales, que en todos y cada uno de los partidos había que sufrir, que iban a pelear hasta el final, como sea, para darnos el momento más hermoso que se puede vivir como pueblo.
Qué grande el “Dibu”. Qué alegría ver jugar así a Juli y a Enzo. Tremendo lo de Alexis y lo de Nico Otamendi y lo del Fideo y qué grande que sos Messi. Fue increíble verlos jugar así en ese partido perfecto contra una Francia impotente y desesperada.




Qué injusticia los goles de los franceses y qué manera de sufrir. Le recé al Diego, en todos los partidos le recé y le pedí que nos tocara con su mano de Dios, que le diera esta copa a Messi, que nos la diera a todos los argentinos, que necesitábamos esa felicidad. Y estoy segura de que el Diego volvió a meter su mano y nos ayudó a ser campeones del mundo.
Todo tuvo que ser dramático hasta el último segundo. Los penales los vi sola. Para no ser mufa mamá no quiso mirar, mi bebé dormía y mi compañero se encerró con 35° en un galpón sin baño, sin ventanas ni ventilación, sin datos, sin señal, sin wifi. Nada. No podía enterarse hasta al final, porque entre tantas promesas también eso fue lo que le prometió al Diego.
Así estábamos cuando el Dibu rozó el penal de Mbappé. Sufrí con la calma con la que pateó Messi. Después Dibu atajó el primero y en seguida supe que uno más iba a atajar. No fue necesario. El siguiente francés la tiró afuera y estoy segura de que fue porque Dibu se la iba a atajar. En ese momento y con ese bailecito del Dibu dije “listo, somos campeones”.
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Ya no podía mirar, pero miré. Y fue a patear Montiel y lo metió. Y ya no sé qué más. Todo pasó tan rápido que hay cosas que se me escapan, pero sé que grité con la voz que me quedaba y con mi compañero nos encontramos y nos abrazamos y lloramos abajo del fresno de casa.






Miramos la premiación entre bocinas, gritos y cornetas. Estábamos ansiosos por salir, pero antes teníamos que ver a Messi levantar la copa y la levantó con esa sonrisa y esa felicidad que imagino sentíamos todos. Porque todos alguna vez soñamos con ver a Messi levantar la Copa del Mundo.
Acá se ganó. Nunca vi tanta gente en la calle. Nunca, pero nunca, había visto a tantos argentinos tan contentos juntos en todos lados. Y como dijo Tagliafico en sus declaraciones: “Si estamos juntos somos mejores”. Y este lunes se siente así: estamos juntos, somos felices, somos argentinos y somos campeones del mundo.



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