Olga Orozco nació en Toay, un 17 de marzo de 1920, cuando en Toay todas las noches se apagaban las luces, y falleció en el año 1999. Prefirió definirse como poeta, pero en ella convivían múltiples facetas que iban desde escritora a astróloga, vidente y tarotista a periodista.
Olga escribía y los lectores se sumergían de lleno en sus poemas. Pero en los tiempos de crisis, esos tiempos en los que por alguna razón no podía escribir, Olga se dedicaba obsesivamente a los crucigramas, como si fuera una especie de rescate hasta volver a ordenarse y hacer algo orgánico y organizar un poema.
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Su padre, era un siciliano que le contaba historias divertidas de la guerra y ella creía que la guerra era un festival donde los muchachos se contaban cuentos, tomaban ron y hablaban cosas privadas de hombres.
En su casa todos la estimulaban a escribir. Su madre la cuidaba y leía los textos que Olga escribía hasta que a los 12 años empezó a escribir más en serio y ya no quiso mostrarle más nada a nadie. Su abuela “una hechicera blanca”, le contaba cuentos que nunca repetía.
Ella jugaba con su hermana entre el polvo, las lagartijas y los caldenes. Contaba, entre risas y la nostalgia del tiempo, que la casa de su infancia andaba hasta que se dormían.
Con el tiempo la voz se le volvió gruesa y áspera. Escribió, escribió y escribió más. Sus temas siempre fueron los mismos: la búsqueda de Dios, acechar más allá de lo invisible o de lo inmediato, ampliar las posibilidades del yo, el tiempo y la memoria, la justicia, la libertad, el amor y, por supuesto, la muerte.
“Escribí el poema a los ojos y terminé usando anteojos, escribí sobre la sangre, tuve glucosa; los pies, luxaciones constantes. Entonces tuve que terminar rápido con esa aventura porque no iban a quedar de mí más que las borras. A lo mejor esas zonas se sintieron agredidas. Yo creo en el poder de la palabra, es una de mis únicas certezas, es como un talismán. Pero parece que a veces va más allá de donde debe, como una flecha que se hunde en la carne. Pasa el límite y se convierte en un poder concreto. A veces maligno”.
Olga Orozco en una entrevista para Página/12
A falta de hijos tuvo una gata: Berenice. Su tótem, su guardiana, su sonrisa diaria. Le escribió un libro cuando la gatita falleció: 17 cantos en el libro “Cantos a Berenice”. Olga decía que Berenice le dictaba cosas y Olga escribía. Se divertían, jugaban y hablaban con ternura.
Algunos de sus poemas:
Aquí están tus recuerdos
Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.
Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.
-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.
¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?
¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.
Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.
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Con esta boca, en este mundo
No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.
Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.
¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
XVII (Cantos a Berenice)
Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el amanecer
y no puedas recordar hacia atrás, como la Reina Blanca, déjame en el aire la sonrisa.
Tal vez seas ahora tan inmensa como todos mis muertos
y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada noche del adiós:
un ojo en Achernar, el otro en Sirio,
las orejas pegadas al muro ensordecedor de otros planetas,
tu inabarcable cuerpo sumergido en su hirviente ablución, en su Jordán de estrellas.
Tal vez sea imposible mi cabeza, ni un vacío mi voz,
algo menos que harapos de un idioma irrisorio mis palabras.
Pero déjame en el aire la sonrisa:
la leve vibración que azogue un trozo de este cristal de ausencia,
la pequeña vigilia tatuada en llama viva en un rincón,
una tierna señal que horade una por una las hojas de este duro calendario de nieve.
Déjame tu sonrisa
a manera de perpetua guardiana,
Berenice.
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Señora tomando sopa
Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.
Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,
hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
Para adentrarse un poco en la obra y en las ideas de Olga
En 1998, Olga Orozco le abrió las puertas de su casa a Canal Encuentro. En ese momento pudieron hacer cuatro capítulos que hoy se pueden encontrar tanto en la web del canal como en Youtube.
En esos capítulos Olga habló sobre su vida, sobre los libros que leyó y que escribió, sobre su infancia y los tiempos de juventud, sus pasiones y sus inquietudes, también habló de su obra literaria, entre tantos otros temas. Una serie de entrevistas para conocer un poco más a una de las más grandes poetisas de Latinoamérica.
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Lectura de poemas en Spotify:
Hoy no solo se la puede encontrar a Olga en sus libros, en sus poemas, en la voz que quedó filmada en sus entrevistas sino también en algunos homenajes que se le hacen a la poeta con la lectura de su obra. Ese es el caso de este podcast donde Ignacio Genovese lee los poemas de la autora con música de Jean-Michel Blais.
“Con esta boca, en este mundo”
Toda la obra de Olga Orozco:
Desde lejos (1946)
Las muertes (1952)
Los juegos peligrosos (1962)
La oscuridad es otro sol (1967)
Museo salvaje (1974)
Veintinueve poemas (1975)
Cantos a Berenice (1977)
Mutaciones de la realidad (1979)
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La noche a la deriva (1984)
Páginas de Olga Orozco (1984) (antología con prólogo de Cristina Piña)
En el revés del cielo (1987)
Con esta boca en este mundo (1994)
También la luz es un abismo (1995)
Relámpagos de lo invisible (1998) (Antología)
Eclipses y fulgores (1998) (Antología)
Últimos poemas (2009)
El jardín posible (2009) (antología con prólogo de Marisa Negri)
Poesía completa (2012) (Adriana Hidalgo Editora)
Yo Claudia (antología de su obra periodística a cargo de Marisa Negri) (2012) (Ediciones en Danza)
Cantos a Berenice, ilustrado por Martino (2015) (Ediciones en Danza)
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