La profesora, escritora e historiadora, Ana María Lassalle (86), lanzó su último libro de poemas, el segundo escrito en pandemia. Editado por El Mensú, ilustrado por Paula Lassalle, compilado por su hija y también poeta Ana María Mayol, y las fotografías de su nieta Ana Mora Glusman Lassalle.
Veintidós poemas que hablan de una historia de vida, la llanura, el caldenal, un país de otros tiempos, la familia, y el compromiso social.
El libro-objeto -por las ilustraciones de cada portadilla, primorosamente e inteligentemente diagramadas- está dedicado a Muruma Lucero Martín y a Edgar Morisoli, con quienes Ana María ha tenido un estrecho contacto hasta su desaparición física, «fueron mis mejores amigos y juntos, a lo largo del tiempo formamos parte de distintas agrupaciones poéticas que no concebían la poesía sin, al propio tiempo, la militancia civil» mencionó la escritora en una entrevista con #LPN.
Contiene 22 poemas atravesados por «las vivencias, del pasado y del presente, de la poesía y sus circunstancias. Allí hablo de mis nietos, la familia de origen, los misteriosos antepasados, el inconmensurable universo, la muerte. De la misma manera que el mandato de No Olvidar».
Galo y Stalingrado, el libro que antecede a Lápices Rojos, también fue escrito en pandemia. Una historia de vida preside la obra poética de Ana María Lassalle, a partir de pequeños momentos, familiares, cotidianos, pero también, de grandes sucesos políticos-sociales, donde lo ideológico en las luchas, el compromiso, la intensa búsqueda de la belleza como respuesta a los interrogantes del por qué y para qué del estar vivos. Galo y Stalingrado, nos revela la historia, donde el entorno político-social y geográfico (la llanura pampeana) se desnudan.
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Vivía en el campo, y «cuando se nos terminaba la lectura yo solía inventarme cuentos y ése fue el comienzo de mi vocación, creo».
La autora y su historia
Nació en una clínica de Buenos Aires en el año 1935. Sus padres, que vivían en el campo, decidieron viajar a la gran ciudad para que naciera Ana María. «Usaron la Clínica como si fuera un hotel y aprovecharon para divertirse y salir todos los días, a pasear por Palermo, al teatro y al cine. Mi padre fue uno de los 9 hermanos de mi abuela, que era española y muy católica, por lo que todos sus hijos tenían anexado, además de sus nombres, María o José, por los del nuevo Testamento. Mi abuelo era un bon vivant, que viajaba a menudo a Europa y no cuidó demasiado los bienes de la Argentina», inició a recordar la escritora.
La infancia de la autora transcurrió en el monte, en el campo en donde vivía con su familia, en la zona de Vela. Los comienzos de su vocación se rememora a los tiempos en que no existía la televisión, en los que el silencio y la naturaleza predominaban. «Una vez al mes nos traían libros y revistas, que devorábamos. Te cuento esto porque cuando se nos terminaba la lectura yo solía inventarme cuentos y ése fue el comienzo de mi vocación, creo».
Una huella que determina. «Ninguno de los adultos que rodearon mi infancia fueron contenedores, aunque agradezco a mi madre su irrefrenable entusiasmo, su goce de tiempo presente, la alegría de existir, motores que me mantienen viva. Íbamos cantando todos los días hasta el cine, así es que no me formé sólo con la lectura, también con las películas».
Al padre de Ana María en el año 1951 lo trasladaron a Victorica, La Pampa, con el objetivo de organizar la Escuela Agrícola del pueblo. «Ese fue mi primer encontronazo con el caldenal, que marcó para siempre mi poesía. Como todos los que en 1957 constituimos la llamada Joven Poesía de La Pampa I, nos convocó Ricardo Nervi. Y allí nos conocimos los que veníamos desde distintos rumbos», subrayó Lassalle.
Edgar Morisoli y Margarita Monges fueron desde ese entonces sus mejores amigos. A lo largo del tiempo formaron parte de distintas agrupaciones poéticas «que no concebían la poesía sin, al propio tiempo, la militancia civil».
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Perseguidos en el 76. «Conocí a Muruma Lucero Martín, una militante del PC, años después, la quería y admiraba. Por lo tanto, era natural que la última Dictadura Militar nos fichara como enemigos, ya que nunca dejamos de acompañar, con escritos, marchas, adhesiones, protestas públicas y lo que fuera las reivindicaciones del campo popular».
Amor que perdura. En los ’60 Lassalle conoció a Julio Colombato, con quien formó una familia. «Yo era divorciada y con dos hijas pequeñas. Fue un padre para ellas», dice. «Desde luego, sus relatos me convirtieron en santarroseña, marcaron un rumbo, si bien nunca abandoné en mi interior el paisaje de la sierras de Tandil de mi infancia ni el caldenal de mi adolescencia» añadió.
La academia. Durante muchos años, ejerció como profesora en los Niveles de Francés de la Facultad de Ciencias Humanas y también en la Alianza Francesa, dónde pudo continuar trabajando cuando la prescindieron de mi cargo en la Escuela Normal Nacional de Santa Rosa. «Me encantaba dar clase tanto como escribir». También colaboró en la FCH de la UNLPam en el Instituto de Historia Regional y en el Socio Histórico, aportando fuentes y muchos trabajos, sobre todo los relativos a la inmigración francesa a La Pampa.
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