En el Día del Maestro, el Profesor de Geografía, José Daniel Fornerón, ya cerca de jubilarse, relata sus pasos en los caminos de la docencia.
Desde su Entre Ríos natal, hasta «la tierra del caldén»; desde la calidez de las aulas, a la virtualidad. Desde la escuela «de antes», a los nuevos sistemas educativos. Pero siempre la misma esencia: la esperanza de progreso a través del conocimiento.
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En una oportunidad una alumna que había decidido seguir el camino de la docencia me preguntó que significaba para mí esa actividad, que la había atrapado a priori, pero que evidentemente desconocía en profundidad, a lo que mi respuesta fue: «La docencia es una loca y bella aventura, donde diariamente tratamos de dejarles algo de conocimientos y valores a nuestros alumnos, con la certeza que buena parte de lo planificado en nuestro hogar ha de esfumarse ante la imprevisible dinámica grupal de cada curso, donde debemos tener la mente abierta para aprender a diario de los alumnos y donde al final de cada ciclo seremos capaces de contar nuestros fracasos al mirar a los ojos a cada niño al que no supimos despertarle el interés por nuestra materia, al menos en algunas esporádicas clases.»
En mi caso particular aquella aventura comenzó una fría mañana de agosto del 91, cuando llegué por primera vez a la ciudad desde mi Entre Ríos natal, sin otro dato que la dirección de una escuela que requería de los servicios de un profesor.
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Atrás quedaban años de esfuerzo y sacrificios, producto de aquella nefasta hiperinflación de finales de los 80´, que si bien supo abrirnos las puertas a muchos jóvenes al mundo del trabajo informal, nunca logró quebrarnos ante el ideal de ascenso social por mérito propio.
Recuerdo que mientras el frío viento pampero me anunciaba la llegada de la primavera, el futuro se presentaba cargado de incertidumbre, debido en parte a los escasos avances en las telecomunicaciones en el país , lo que hacía muy penoso el desarraigo. Sólo la bondad y calidez de algunos pocos y recientes amigos, entre ellos el recordado Roberto Petit, hicieron posible que aquella aventura personal llegara a buen puerto. Con el tiempo llegaría el momento de conformar una familia y de la mano de mis hijos el arraigo definitivo en los pagos del caldén.
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Creo que como todo docente a punto de retirarse, he imaginado una y otra vez como sería mi último día de clase, y si bien he conjeturado muchos escenarios diferentes, realmente nunca pensé que seria desde la fría y deshumanizada virtualidad, que si bien a sido la panacea que ha permitido mantener en pie a la escuela como institución, me ha alejado durante mucho tiempo de la calidez que suele otorgar el aula producto de la interrelación directa y afectuosa que suele darnos el ambiente escolar.
«El conocimiento como única moneda capaz de sacar a un país del subdesarrollo»
Vivimos en una sociedad cada vez más fragmentada, producto de la mal intencionada tergiversación que hacen algunos importantes actores sociales de aquellos temas que si bien son importantes (modelos socioeconómicos, las víctimas del pasado, los derechos individuales sobre nuestros cuerpo, etc) en los países de avanzada ya han sido superados, lo que les a permitido poder avanzar hacia un futuro común como pueblo, con objetivos claros y duraderos, que no son revisados cada vez que cambia el color del partido gobernante; tejiendo y destejiendo modelos socioeconómicos y alianzas geopolíticas como sucede en nuestro país.
La escuela de antes. Recuerdo haber comenzado a trabajar en un sistema educativo que muchos perciben como verticalista, punitivo, enciclopédico y hasta elitista; pero que sin dudas fue capaz de erigir los cimientos de la formación académica de muchos profesionales de nuestra ciudad.
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Luego de numerosas reformas educativas llegamos hoy a una escuela apabullada y desbordada por todos los avatares que nos plantea esta convulsionada sociedad actual, donde aun no hemos sido capaces de ensamblar adecuadamente lo dos grandes paradigmas fundamentales de la actual política educativa: el modelo inclusivo y aquel que boga por la calidad académica, tal cual lo requiere esta globalización centrada en el conocimiento, como única moneda capaz de sacar a un país del subdesarrollo.
Pero sin lugar a dudas es la escuela la única institución capaz de llevarnos nuevamente a aquel bastión que supimos ser; aquel faro cultural donde reinaba la autoridad moral y la ética, el nacionalismo por sobre los intereses individuales, el esfuerzo y la iniciativa personal como motor del ascenso social, el sentido común y la esperanza…. porque la escuela en su esencia, es justamente eso: sinónimo de esperanza.
Y agradezco a la comunidad docente el haberme permitido formar parte de esta, durante mis últimos 30 años.
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