“Necesidades humanas siempre hay, y en invierno se agudizan” explica Mario Osvaldo de la Torre, fundador de Fundalhum (Fundación Aportes a la Humanidad) una casa que abrió sus puertas hace 5 años en Santa Rosa para responder a las necesidades de la gente. Hoy dan de comer a más de 200 personas por día. También ofrecen educación y capacitación laboral. Pero en las semanas más frías del año el hambre se vuelve lo más urgente “es tiempo de dialogar y compartir, entender que todos estamos para servir“.
¿Pobreza en La Pampa? Le pregunto. “Hay una mala distribución de la riqueza en todo lados. Pero ahora, hay que pasar el invierno.”
“Santa Rosa y Toay se están haciendo cada día más grandes, llega mucha gente en busca de paz y serenidad. Y con poca plata y muchos aumentos, se vuelve difícil.”
“¡Mario!” grita por la ventana una señora golpeando con el bastón. “Voooy” contesta y sale corriendo apurado. La señora tiene 85 años y se acerca a la fundación a traer una bolsa llena de tules (telas, explica, que le pueden servir) “Todo sirve” dice Mario. Vino en un taxi, acompañada de una mujer que la ayuda. Deja las cosas y se va. “Uno cuando empieza a dar, rejuvenece” me explica Mario cuando vuelve.
Mario fue maestro del Colegio Domingo Savio (Casa Salesiana Santa Rosa y Toay), estuvo al frente de los hogares Don Bosco muchos años, dando un lugar a chicos necesitados, hoy es también diácono. Un día salió a la calle, y allí se encontró con que hacía falta un lugar para dar de comer, y cuando se jubiló se decidió a crear ese espacio.
Primero en una casa en la calle Villegas, y ahora en este nuevo lugar en la calle Córdoba “en donde compartimos lo que tenemos, sin eso no vamos a salir de la pobreza.”
En FundAlHum dan el almuerzo todos los días a un promedio de entre 90 y 230 personas. Algunos comen allí, otros llevan las viandas a su casa, para su familia. Se trata de adultos mayores, familias numerosas, gente que está de tránsito por la provincia, otros que no tienen trabajo. ¿Dejan de ir? Cuando consiguen trabajo. Pero siguen en contacto. “No hay que preguntarles tanto” me dice, “acá brindamos un servicio, cubrimos una necesidad.” Pero se va construyendo un vínculo con cada uno, con su familias, los visitan en sus casas. “La gente necesita ser escuchada” me confiesa, “cuando uno conoce, puede amar.”
Alrededor de treinta voluntarios trabajan todos los días para llenar esas panzas, pero también van más allá. Formaron una escuela de voluntariado para formarse, enlazando una cadena que se va armando entre los mismos colaboradores.
Siguiendo las huellas del Papa Francisco en atender las necesidades de los más humildes, así me explica Mario el camino que vienen recorriendo “educar en el altruísmo, lo contrario al egoísmo.”
La Fundación también funciona como escuela primaria para adultos, y como escuela secundaria a distancia. Ya hay dos promociones recibidas, y hoy tienen cerca de 50 alumnos.“
¡Ah! Recibimos ropa también. Tenemos un perchero para los que necesitan, acondicionamos las cosas que recibimos en el Taller de Costura”. Y propone que la ropa “siga dando vueltas”.
“¡Buen día!” me dice contenta otra señora que toca la puerta, entra y deja una bolsita. “¡Que rico olor! ¿Qué están haciendo ?” Hoy son fideos con estofado. Tres ollas enormes hirviendo a todo vapor por horas. Cada uno en su puesto en la cocina: Nelly corta, un señor lava, una mujer alcanza las cosas, Mario corta con prisa el mondongo para el estofado y lo arroja a la olla.
Tres hombres afuera están trabajando, acomodando cosas. Dos más adentro vienen y van.No hay mucho más tiempo, pasan los minutos, se acerca el mediodía, los estómagos rugen.“Dar para recibir” como dijo San Francisco de Asís, me dice Mario cuando me despide.