El envejecimiento de la población mundial está marcando una acelerada tendencia demográfica, lo que plantea grandes desafíos socioeconómicos a futuro. Este fenómeno, junto con el síndrome de fragilidad del adulto mayor y sus potenciales discapacidades, configura una realidad epidemiológica de difícil abordaje.
Cuando la discapacidad en el adulto mayor se asocia al envejecimiento, a la fragilidad o a las enfermedades crónicas no transmisibles, se genera una situación sumamente compleja. Es importante destacar que el envejecimiento no necesariamente está ligado al síndrome de fragilidad, pero ambos son potenciales aliados que pueden provocar un gran deterioro en las personas.
De igual forma, la discapacidad no es una consecuencia inevitable de la vejez o del síndrome, pero su combinación afecta la calidad de vida y genera exclusión social. Esta realidad puede manifestarse a través de problemas de movilidad, visión, audición o funciones cognitivas.
Es fundamental relacionar estos conceptos para evaluar su impacto real en las personas y desarrollar acciones que aseguren una buena calidad de vida y un óptimo estado psicofísico.
En búsqueda de soluciones
Promover la inclusión social y garantizar el acceso a servicios de apoyo y atención de la salud deben ser pilares de la gestión del envejecimiento. Con el apoyo adecuado, los adultos mayores pueden desarrollar estrategias de adaptación, afrontar sus limitaciones, mantener su independencia y mejorar su calidad de vida.
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Los Sistemas de Atención a Largo Plazo (SALP) son servicios diseñados para cubrir las necesidades específicas de apoyo en actividades diarias o cuidados. Esta modalidad está adquiriendo un creciente protagonismo en los países desarrollados. Con cuidados específicos y atención parcial o total, los adultos mayores reciben asistencia en el hogar, en la comunidad o en entornos residenciales.
Estos sistemas, que pueden ser públicos, privados o estar a cargo de familiares, se integran en redes de atención sanitaria con estrictos controles de calidad. Esto permite optimizar los recursos y garantizar la atención de las personas, así como su autonomía y dignidad.
Es urgente instalar este debate en nuestro país en la búsqueda de soluciones. La ausencia de SALP regulados y controlados da lugar a iniciativas sectorizadas con recursos variados que no aportan soluciones integrales. La falta de acceso a una atención centrada en la persona y la ausencia de regulación en la cobertura impactan fuertemente en el entorno familiar.
Es también necesario eliminar los factores ajenos al buen envejecer, combatir el deterioro progresivo y prevenir la pérdida de las capacidades funcionales como una forma de anticiparse a problemas futuros. Evaluar al adulto mayor de manera integral y precoz permite identificar signos o síntomas relacionados con el deterioro gradual y minimizar los riesgos a través de abordajes terapéuticos interdisciplinarios.
Lo opuesto es permitir que el envejecimiento, la discapacidad y la fragilidad se potencien, y que el asistencialismo se convierta en el protagonista.
Las acciones paliativas, con una sostenibilidad deficiente a largo plazo y recursos insuficientes, son el fiel reflejo del fracaso en el cuidado del adulto mayor.
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